O Burgo, el barrio auténtico de Pontevedra donde hasta los japoneses se sienten de pueblo

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

ELECCIONES 28M

Cosmopolita a cuenta de peregrinos e inmigrantes y cada vez más cerca de la urbe, el viejo encanto de aldea resiste en esta zona

13 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahí donde el puente deja de ser tal y comienza el barrio de O Burgo, en una pared desconchada de una casa en ruinas, POAL, uno de los nueve partidos que se presentan a las elecciones de Pontevedra, colgó un cartel que dice: «Sevilla tiene Triana y Pontevedra tiene O Burgo». «¿Como nos van comparar con Sevilla? Iso non pode estar ben», opina Vicente, jubilado y vecino de la zona desde hace solo unos años; los suficientes para sentir que «isto é como un pobo, coñecémonos case todos». No le encuentra él sentido a lo de compararse con Triana hasta que se le dice que quizás sea porque el barrio sevillano es uno de los más auténticos de la capital andaluza. «Ah, entonces si que somos Triana», concluye. Vicente zanja el asunto porque vienen unas vecinas y enseguida arranca la cháchara con ellas. Pero, antes de escabullirse, hace una sugerente invitación: «Mira todo ben, xa verás como a xente de aquí é marabillosa e agora que nos van arranxar o parque... Prefiro isto ao centro».

El reloj pasa de las diez y media de la mañana cuando a O Burgo comienzan a llegar peregrinos en tropel. En la avenida de A Coruña, a todos les cuesta girar a la izquierda para enfilar A Santiña. Y eso que la flecha amarilla está a la vista. ¿Pero quién necesita indicadores teniendo a Francisco? Él, pescadero del mercado de Pontevedra ya jubilado, redirige a los caminantes despistados. En cinco minutos, le cambia el rumbo a tres norteamericanas y a cuatro alemanas. Lo intenta también con una japonesa, que en inglés le dice que ya sabe que debe torcer, pero que quiere tomarse un café y por eso se desvía. «Si vienes sin desayunar es otra cosa...», le dice Francisco, demostrando que en O Burgo uno puede llegar desde la otra punta del planeta que se sentirá en casa. Francisco responde un «fatal» cuando se le pregunta por el barrio. Pero tarda poco en matizar sus palabras: «Lo de peatonalizar el puente estuvo bien. La barandilla no me gusta, pero es lo de menos. Igual un poco más de limpieza venía bien». Luego, apostilla que «lo mejor es que es una zona tranquila. Aquí viven muchos inmigrantes y jamás hubo ningún problema». Él, a pie ligero, se marcha hacia Pontevedra, «al pueblo», como le siguen llamando a la ciudad de la que solo les separa el Lérez. Porque ellos, los de O Burgo toda la vida, se sienten de aldea. Y con orgullo.

Lo cuenta así Ubaldo, que regenta la panadería A Santiña, donde desde hace cien años funciona un horno de leña que para sí quisieran los panaderos que están pagando miles de euros de luz. «Cando miña nai estaba aquí, o carteiro viña, preguntaba por fulaniño ou menganiño e ela dicíalle vive en tal rúa no segundo b. Agora xa somos moitos, pero de vista aínda nos coñecemos e nos saudamos», señala. Ubaldo anda bien cabreado con Lores, aunque reconoce que «é moi amigo». «Esta rúa tiña que estar amañada hai anos», dice señalando a A Santiña, el tramo del Camino de Santiago donde se prevén invertir ahora 1,8 millones. 

A tiro de piedra de Pasarón, está la librería Sant Yago. Quique, de 42 años, que aún conserva el acento de haber vivido en París, dice que lo mejor de O Burgo es su gente, «porque casi todos nos conocemos» y también tira a dar por la falta de limpieza o las obras pendientes. Unos metros más adelante, en el bar donde Mercedes cocina unas tortillas a las que tienen fe infinita los obreros que pueblan el local a la hora del menú del día, hay debate:«A min gústame o barrio e penso que está coidado, o da ponte non estivo nada mal», opina la hosteleraUn cliente, jubilado de la imprenta de la Diputación, niega la mayor. Este hombre, Tomé, señala a la foto de los candidatos que asoma en el periódico y dice: «El Puentes, el del PSOE, vive aquí, es del barrio». «¿De verdad?», pregunta Mercedes desde la barra. «Claro mujer, ¿cómo no le vas a conocer si esto es una aldea?», remacha el otro.