Andaba la minoría ruidosa de casi siempre aplaudiendo la presencia de etarras, incluso con delitos de sangre, en las listas de Bildu y acusando a la derecha «madrileñizada» de preparar un golpe de Estado para no reconocer el resultado en las urnas cuando la realidad nos sorprendió a todos con un bofetón propio de la cultura política de una república bananera. Resulta que mientras nuestros políticos se estaban insultando los unos a los otros, en los patios traseros de varios de ellos no paran de saltar casos de compra de votos. En Melilla, los promarroquíes pagaban a cien euros. En Mojácar, un alto cargo del PSOE y un hostelero subían la puja hasta los 200 para salvaguardar no se sabe bien qué interés urbanístico. Y en un pueblo de Murcia, Albudeite (1.361 habitantes, situado a menos de media hora de la metrópoli regional) hasta 13 personas (el 1 % de todo su censo) estaban en la pomada de intentar hacerse por las malas con la alcaldía antes de ser detenidos en pleno proceso de pucherazo.
Así, mientras denunciamos a trumpistas por doquier y nos rasgamos las vestiduras por Estados Unidos, Hungría o Brasil, esos supuestos referentes de la higiene democrática callan ya no solo con Venezuela, Cuba o Rusia, sino incluso con lo que ocurre en nuestra propia casa.
Y los que no se callan, como Irene Montero, incapaz de formular una ley que no ponga a violadores y pederastas en la calle, tiene la receta para todo: «La culpa es del bipartidismo», proclamó a media mañana la ministra de Igualdad cuando el torrente de fraudes no estaba más que empezando.
Todo ello alimenta a los conspiranoicos que ven intentos de pucherazo por todas partes: que si Indra, que si las nacionalizaciones exprés de latinoamericanos... La campaña ha sido lamentable en cuanto a contenidos. Pero el final está siendo digno de una mala teleserie política. Comprar el voto a los que menos tienen es una manera de explotación que merece el más duro de los castigos. Y los que callen ante este intento de tongo serán cómplices del deterioro democrático de España. No valen las excusas.