Gonzalo Pérez Jácome ha sido, contra el pronóstico de muchos y quizás contra el suyo propio, el candidato más votado en la ciudad de Ourense. Y lo ha logrado a pesar de que ha dinamitado la institucionalidad en la tercera ciudad de Galicia, a pesar de las lagunas de su gestión y a pesar de que, quien ha querido, ha podido escucharlo reconociendo conductas que no son solo moralmente reprobables sino que también podrían tener consecuencias penales.
Podría parecer que Jácome es la persona del momento, pero en quien están puestas las miradas ahora es en los líderes de los partidos que lo han llevado al juzgado por el contenido de los audios divulgados en las últimas semanas. Ahora toca que la unanimidad en censurar el comportamiento de Jácome y en reclamar la decencia política para Ourense se traduzca en otra que impida que siga hundiendo a la ciudad durante cuatro años más. No tendría que parecerle un problema a los seguidores y votantes de Jácome, toda vez que él se convirtió en alcalde por ingeniería política —y recordemos, porque el PP no quería perder la Diputación para Baltar— siendo la tercera fuerza más votada. Tiene el apoyo del 33 % de los que fueron a votar mientras el 60 % de los que acudieron a las urnas apelaron al cambio que encarnan PP, PSOE y BNG. A todos ellos toca pedirles ahora altura de miras. ¿Qué tiene más importancia, la estrategia política o la normalidad democrática?
Ourense se queda ahora en manos del BNG. El candidato nacionalista, Luis Seara, logró, con éxito, duplicar los apoyos del 2019 y en este mandato habrá cuatro ediles del Bloque en el salón de plenos. De él, de su generosidad y de su rigor, pero también de los de Ana Pontón, depende el futuro de la ciudad. Pero no solo eso: también de los responsables del PP que, después de haber metido a Ourense en este atolladero, tienen la obligación de ceder en lo que sea necesario para que el BNG sienta que está haciendo lo correcto.