Si usted tiene un problema, échele la culpa a un infiltrado. Seguro que sorprenderá a alguien, pero no será el único. Pregúntele a Quim Torra, para quien los chicos de la gasolina que arrasaron Barcelona durante las dos últimas semanas de octubre no eran más que agentes españolistas encubiertos y pagados para provocar los disturbios con los que estropear la imagen internacional de los separatistas. O a Carles Puigdemont, capaz de responsabilizar a espías de cualquier sitio de trabajar para el CNI y obligarle a huir de Cataluña escondido en el maletero de un coche tras cambiar de vehículo en un túnel.
A la teoría del infiltrado enemigo se sumó este lunes sin demasiado entusiasmo José Luis Ábalos, el secretario de Organización del PSOE y uno de los duros del partido. A él le encomendó Pedro Sánchez salir ante los periodistas congregados en Ferraz para dar explicaciones por el tropiezo electoral del 10N. La pregunta se hizo esperar, pero Ábalos, acostumbrado a lidiar con los temas más peliagudos, no pudo esconder una mueca de desagrado al ser cuestionado sobre los gritos de «con Iglesias sí» que interrumpieron el discurso del presidente en funciones. «Fuimos a pedirles el carné de afiliado para comprobar quiénes eran y nos dijeron que ellos eran de Podemos», contaron desde el PSOE. «Eran unos infiltrados», insistió Ábalos sobre el grupo que en mayo se desgañitó con el «con Rivera no» que se convirtió en uno de los obstáculos para romper el bloqueo político en España desde el 28 de abril.
La teoría del infiltrado le sirvió al PSOE para esconder la autocrítica. En la Ejecutiva de este lunes, remodelada al gusto de Pedro Sánchez, no hubo tiempo para la autocrítica. Se descartó la gran coalición y se insistió en el camino que ya fracasó en abril y en septiembre, el del Gobierno en solitario.
Sánchez se comprometió el pasado viernes a negociar con todos los partidos incluidos dentro del orden constitucional, argumento con el que pretende excluir a la tercera fuerza del Parlamento (Vox), pero que no le impide dialogar con fuerzas que pretenden la demolición del régimen del 78 (léase Unidas Podemos) o la ruptura de España (como Esquerra, el PNV o, más grave aún, un Bildu repleto de currículos de antiguos etarras). El líder socialista se dio un plazo de 48 horas tras el cierre de las urnas para establecer las líneas de diálogo con sus potenciales socios. Ese plazo expira este mismo martes, pero parece complicado hallar puntos de desbloqueo sobre las posturas mantenidas en los últimos seis meses.
Quizá a Sánchez, y a sus compañeros de la dirección del PSOE, la teoría de los infiltrados le sirva para desviar la atención estos días. Y es que los infiltrados crecen como las setas. Lástima que ese método reproductor no se le pueda aplicar al número de diputados.