El líder que puso a Galicia en el centro

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns SANTIAGO / LA VOZ

ELECCIONES 2020

CANICOBA

En un momento de mayorías imposibles, Feijoo ha logrado la cuarta absoluta ensanchando su perfil con un mensaje transversal que marca la senda al PP

13 jul 2020 . Actualizado a las 11:41 h.

Alberto Núñez Feijoo (Os Peares, 1961) tendrá que trabajar esta mañana. Es lo que prometió si conseguía una cuarta mayoría que él mismo calificó como «estratosférica», y es lo que lleva haciendo desde que se instaló en la vida pública al poco tiempo de salir de la Facultade de Dereito de Santiago. Suma tres décadas girando cerca del poder o dentro de su eje, escorado geográficamente, pero siempre más cerca del centro que de la periferia ideológica. Sus últimos cuatro años iban a ser exactamente eso, su derradeiro servicio a Galicia, pero mientras su tercer ciclo autonómico orbitaba sin sobresaltos, anclado en la estabilidad institucional, la política estatal incrementó su dinámica endiablada, gaseosa y efectista en la que empezó a sentirse incómodo.

Por más que en la campaña del 2016 ya desplegó todo ese mensaje emocional que situaba a Galicia en el centro de todo, la mayor motivación que encontró entonces para insistir fue estrictamente económica. Por primera vez desde que accedió a la Xunta en el 2009 pudo percibir ciertas alegrías presupuestarias después de casi ocho años de gestión con la mano encogida. El rigor contable, que la oposición identificó como unas notables dotes para los recortes, empezó a dar sus frutos y Galicia se asomó a las estadísticas como una comunidad seria, solvente y cumplidora, aspectos opinables en lo político, pero incuestionables en los balances anuales.

El joven treintañero que se había fogueado en la Administración de Fraga y que aprendió a gestionar los recursos públicos en Correos y el Insalud empezaba a dar sentido a la fama que le precedía y que sus asesores siempre quisieron mitigar, retirándole la gomina del pelo y utilizando para los carteles electorales la imagen de un político en plena madurez que se presentaba con una camisa de un blanco neutro muy premeditado.

 ¿Por qué con corbata?

¿Qué ha pasado para que, en contra de sus intenciones, que no de su palabra, haya vuelto a pedir por cuarta ocasión la confianza de los gallegos? ¿Y por qué esta vez lo ha hecho con una corbata que recuerda su etapa de ejecutivo? Han pasado muchas cosas. En primer lugar, el tiempo. Feijoo, que lleva perfecta cuenta de los ejercicios en el poder, suele mostrarse dubitativo cuando se trata de hablar de su edad. A punto de llegar a los 60, a la década identificada con el ocaso laboral, concentró en muy poco tiempo tres de los episodios más intensos de su vida. Con apenas unos meses de diferencia falleció su padre, Saturnino, que fue al primero al que llamó por teléfono cuando ganó la Xunta contra todo pronóstico. «El Deportivo también ganó», cuenta que le contestó. Y poco después nació su hijo Alberto, «un pájaro», como le gusta llamarlo cariñosamente para no desnudar su lado sensible que ahora deja entrever en conversaciones privadas.

Su vida familiar, ausente hasta entonces, se hizo un hueco a codazos, y el hombre que arrancaba el día agarrando las polémicas de actualidad por la solapa y que no las soltaba hasta la noche, comenzó a despejar su agenda y a disfrutar más tiempo con su pareja, Eva Cárdenas, y también de una paternidad tardía que le llevó a replantearse sus prioridades. Delegó más en sus conselleiros, unos disciplinados secundarios, y en el escueto círculo de confianza que le acompaña sin fisuras desde los años de la oposición al bipartito.

«Esa vida más sosegada sin cenas de trabajo y menos pendiente de las noticias se vio alterada por la moción de censura a mediados del 2018. Feijoo era un espectador privilegiado de la convulsa política nacional, zarandeada por la inestabilidad aritmética en el Congreso, la corrupción de su propio partido -que nunca llegó a salpicarle- y el desafío independentista, pero en cuestión de días esa tranquilidad se volatilizó y toda España puso sus ojos en «el gallego», como se referían a él en los corrillos centralistas e incluso en Génova, la sede en descomposición del PP.

«Su nueva situación personal, el compromiso adquirido con los electores gallegos, una sucesión interna sin organizar y, según sus adversarios, el temor a que se destapasen supuestos dosieres sobre su antigua relación con Marcial Dorado se resumieron en un breve mensaje de móvil que envió a sus colaboradores más estrechos: «Nos quedamos». Sus lágrimas al anunciarlo en público solo hicieron aumentar las especulaciones sobre sus verdaderos deseos.

 El vuelco definitivo

La traumática salida de la Moncloa de Mariano Rajoy supuso la eclosión de una era política distinta, con una nueva generación de dirigentes que son entre quince y veinte años más jóvenes que él y que irrumpieron en las direcciones orgánicas de un tablero mucho más dividido, sobre todo por la derecha, justo al contrario que en Galicia.

El vuelco en Madrid le obligó a cambiar por completo su estrategia. Sin bajarse del peldaño nacional al que se subió durante la crisis interna del PP, impuso desde la Xunta una estrategia de marcaje férreo al Gobierno de España, y al tiempo se consolidó como un verso libre dentro de su partido sin reparos para señalar la senda de la moderación, que considera la única vía que encumbrará de nuevo al centroderecha. Desde hace dos años no se guarda una opinión, amplificada en la capital cuando atañe a Pablo Casado, al que de forma explícita le pide que atempere el discurso para no perder el centro. Feijoo tiene su propio modelo, el de un partido más ancho y transversal, capaz de retener y recuperar los votos fugados a Vox y Ciudadanos y que puede seducir a los socialdemócratas más «sensatos». Su PP es el de los diez millones de votos, aunque para conseguirlos tenga que renunciar a las siglas.

Con la pandemia, que llegó con la decisión de presentarse a un cuarto mandato tomada, consolidó su perfil de político con argumentario propio. La crisis le permitió moverse sin demasiadas sutilezas entre la lealtad a su partido y a «mi presidente», como se refiere en un ardid institucional a Sánchez, quien comprobó en las conferencias dominicales cómo algunos de los barones socialistas se posicionaban una y otra vez en la línea reivindicativa que fijaba el líder gallego, que siempre hablaba tras los nacionalistas Torra y Urkullu.

En un giro imprevisible, la sanidad, que era el caballo de batalla de la oposición, se convirtió en su punta de lanza. Y por eso el chico estudioso de Os Peares que regresó de Madrid engominado se puso de nuevo la corbata. Para terminar de gestionar otra mayoría absoluta sacándole más de veinte escaños al segundo, la culminación de un ganador nato: paliza, paliza, paliza y, por cuarta vez, paliza.