Gran incertidumbre y muchos nervios en el cierre de campaña

La Voz

ELECCIONES 2016

La abstención de Ciudadanos anunciada por Albert Rivera podría ser insuficiente para que el PP forme Gobierno aunque gane las elecciones

19 dic 2015 . Actualizado a las 11:51 h.

Toca reflexionar. España vivirá este domingo una de las elecciones más reñidas de su corta historia democrática. Cuatro partidos tendrán, si se cumplen los pronósticos, un grupo fuerte en el Congreso y ese pequeño porcentaje de indecisos que normalmente mueven las campañas pueden ser en esta ocasión decisivos. El domingo al filo de la medianoche sabremos los nombres de los que ocuparán los escaños del Congreso, pero probablemente no sabremos quién y cómo van a gobernar. Todas las encuestas dan como vencedor al PP, pero el propio Rajoy reconocía hace unos días que gobernar en minoría sería «muy difícil». Necesitaría apoyos para ser investido y para gobernar. El resto de partidos no han querido desvelar sus opciones. Las bautizadas como nueva y vieja política han jugado al despiste, a no aclarar sus bazas aunque curiosamente han presumido casi todos de ser los únicos que han dejado claro qué harán a partir del día 21.

Las dos semanas de campaña no han sido para eso. El único objetivo era arañar voto, conseguir que cada uno de los indecisos diese el paso y para ello no han dudado en recurrir a estrategias que pocos habrían imaginado hace apenas dos meses. Los mitines y baños de masas han dado paso al todo por la audiencia, que parece haberse convertido en la nueva vara de medir y el nuevo nicho de votantes. El prime time ha sido el gran aliado de los candidatos. Tertulias, debates, charlas deportivas, entrevistas personales y cuanto más show y menos política, mejor. Los candidatos se han expuesto en la pequeña pantalla y en las redes tratando de ganar votos entre todas las franjas de edad, desde los jóvenes que no se despegan del Twitter a esos ya no tanto que adoran el programa de María Teresa Campos.

Los candidatos descansan este sábado y cogen fuerzas para lo que les espera. La jornada electoral será el primer paso de un más que probable escenario de incertidumbre y negociaciones para formar gobierno. En esto todavía queda mucho por escribir. Aunque algunos ya han empezado a tomar posiciones. El PP busca la confrontación directa entre su candidatura y la de Podemos, el PSOE insiste en ser la única alternativa y buscar formas de entenderse con los nuevos grupos del Congreso y Podemos se agarra a la esperanza de la remontada para ser decisivo a partir del día 21. Y queda Ciudadanos, al que desde el principio se veía como llave de la gobernabilidad, y que en el último día de campaña, y ante unas previsiones peores a las que auguraba el CIS, ha dado un pequeño giro a su discurso. Los de Rivera no apoyarán ni a Rajoy ni a Sánchez, tratarán de impedir un gobierno en el que esté Podemos y usarán su abstención para que España que «está mal, no pase a estar peor».

Los políticos ya han hablado mucho. Ahora, que hablen las urnas.

Mariano Rajoy se limpia el sudor durante el mitin en Valencia en el último día de campaña.
Mariano Rajoy se limpia el sudor durante el mitin en Valencia en el último día de campaña. MARCELO DEL POZO | Reuters

Rajoy insta a elegir entre el PP o «la ruina»

Mariano Rajoy cerró ayer la campaña con la advertencia de que solo hay dos alternativas: un Gobierno del PP o una alianza de toda la izquierda y la ultraizquierda. O yo o el caos, volvió a ser el mensaje. O un Gobierno del PP, o «una coalición que pueda llevar a España a la ruina». «No estamos hoy en España para jugar a la ruleta rusa», advirtió en el cierre en tono dramático. «Si alguien no quiere que se produzca una coalición entre Podemos y el PSOE y una serie de partidos de izquierda y de extrema izquierda, lo mejor que puede hacer es dar su voto al PP», había afirmado poco antes. Y para reforzar esa apelación al miedo a la izquierda, dio a entender que el segundo partido ya no es el PSOE, sino Podemos. «No estoy en condiciones de mantener la afirmación», respondió cuando se le preguntó si su principal rival sigue siendo Pedro Sánchez.

Una indiscreta cámara captó también ayer en Bruselas a Rajoy explicando a una incrédula canciller alemana Angela Merkel que los de Pablo Iglesias disputaban ya la segunda posición a los socialistas. En Génova ven cada vez más claro que el voto a favor de Ciudadanos en la investidura de Rajoy es imprescindible para poder gobernar. Y por eso el líder del PP ha elevado la presión en los últimos días sobre Albert Rivera, advirtiendo de que su negativa a apoyar o facilitar su investidura supondría apoyar a Podemos. Una presión que parece haber empezado a dar frutos tras el cambio de opinión expresado ayer por el líder del partido naranja, que se declaró dispuesto a abstenerse para que gobierne el más votado, aunque eso podría ser insuficiente para que Rajoy sea investido en el Congreso si toda la izquierda vota contra él.

Nerviosismo en la recta final

Los últimos sondeos parecen haber sembrado el nerviosismo en el PP, con mensajes contradictorios en torno a posibles pactos. La posibilidad de que ni siquiera con Ciudadanos se alcance una mayoría suficiente hizo que alguien filtrara la hipótesis de un pacto con el PSOE que excluiría a Pedro Sánchez. Algo que Rajoy se tuvo que esforzar en desmentir ayer. «No sé quien lo ha propuesto. Yo desde luego no. Nadie ha propuesto en el PP esa coalición», señaló. Lo ocurrido refleja cierto desconcierto en una complicada recta final.

Rajoy comenzó la campaña lleno de optimismo porque el PP se acercaba en las encuestas a ese 30 % con el que da por seguro que gobernará. Había diseñado una campaña sin apenas ataques directos a sus rivales, a los que Rajoy incluso evita citar por su nombre, y en la que los temas conflictivos como la corrupción, Cataluña o la guerra de Siria solo se tocarían si sus contrincantes presionaban por ese frente.

Consciente de la desventaja que supone para el líder del PP la diferencia de edad con sus rivales, su nuevo jefe de campaña, Jorge Moragas, decidió convertir precisamente la veteranía y la experiencia de Rajoy en el mensaje central, lanzando la idea de que sus rivales no están preparados para gestionar el país en un momento tan difícil como el actual. Y, asumiendo un grave riesgo, se decidió que Rajoy no acudiera al debate a cuatro con Sánchez, Iglesias y Rivera. El objetivo era reforzar el perfil presidencial de Rajoy, que solo debate con el líder de la oposición. Y también, naturalmente, huir de un previsible acoso por los casos de corrupción que afectan al PP. La jugada salió bien porque Soraya Sáenz de Santamaría aguantó el tipo, y el coste en imagen por no ir al debate se compensó con el desgaste que sufrieron unos rivales obligados a atacarse entre sí.

Todo iba bien para el PP, que veía como la campaña se le hacía larga a unos adversarios que no lograban frenar su ascenso. Pero en la segunda semana, las cosas comenzaron a cambiar. El despiadado ataque de un Sánchez, que se lo jugaba todo a una carta en el cara a cara y que tachó de indecente a Rajoy, mostró las debilidades del líder popular, que a duras penas contuvo el golpe. Eso, unido al fuerte ascenso de Podemos, hizo que empezara a cuestionarse que el PP y Ciudadanos alcanzaran por sí solos una mayoría absoluta. El PP se estancaba y los de Rivera perdían fuelle. Y ahora era Rajoy el que parecía deseoso de que las elecciones llegaran cuanto antes, mientras Sánchez e Iglesias se venían arriba.

El puñetazo recibido en Pontevedra y la buena gestión que Rajoy hizo del incidente devolvieron paradójicamente el optimismo al líder del PP, seguro de que, lejos de perjudicarle, lo ocurrido le reportaría apoyo. La duda ahora es si la enorme presión sobre Rivera logrará que incumpla su palabra y le dé sus votos en la sesión de investidura.

El líder del PSOE, Pedro Sánchez, y la cabeza de lista del PSC, Carme Chacón, durante el mitin de cierre de campaña de los socialistas catalanes.
El líder del PSOE, Pedro Sánchez, y la cabeza de lista del PSC, Carme Chacón, durante el mitin de cierre de campaña de los socialistas catalanes. ANDREU DALMAU | EFE

Sánchez reclama el voto útil como única alternativa a las dos derechas

Hasta el último día de campaña, Pedro Sánchez reiteró su mensaje central: la única alternativa real de cambio, de poner fin a lo que ayer denominó «cuatro años de mentiras de Rajoy al frente del Gobierno», es votar al PSOE. Para desalojarlo de la Moncloa, reclamó una y otra vez el voto útil -«más útil que nunca»-, sobre todo después de ver que los nuevos partidos se le estaban acercando en las encuestas. «Votar a Podemos y Ciudadanos es perpetuar al PP en la Moncloa», dijo en Zaragoza, la primera parada de su maratoniana jornada de ayer, que continuó en Barcelona y finalizó en la localidad madrileña de Fuenlabrada.

Aferrado a los indecisos

Los socialistas se aferran a ese alrededor del 18 % de votantes indecisos que estiman hay todavía, a solo dos días de las elecciones, para lograr un buen resultado y evitar el desastre histórico que supondría verse superados por Podemos, que le disputa la hegemonía de la izquierda.

La estrategia de Sánchez durante la campaña ha consistido en situar a Podemos como un partido de extrema izquierda que trata de ocultar su auténtica ideología, y a Ciudadanos, como una de las «dos derechas», que pactará con el PP para hacer presidente a Rajoy si tiene oportunidad de hacerlo, de lo que no le cabe ninguna duda. En esa línea, aprovechó ayer las declaraciones de Albert Rivera, quien dijo que su partido se abstendrá en la investidura del líder del partido más votado, para reforzar su tesis de que solo su victoria garantiza el cambio. «Rivera ha asomado la patita diciendo que se abstendría», señaló.

Él se ha presentado como el hombre a batir, por lo que en el cierre de campaña volvió a hablar del «frente anti-PSOE», compuesto por sus tres adversarios políticos. Sánchez rechazó ayer tajantemente la gran coalición con el PP que habían apuntado algunos medios. «Rajoy ha deslizado que quiere entenderse con el PSOE si no estoy yo al frente del PSOE. Vamos a responderle todos a Rajoy. ¿Queréis un pacto del PP con el PSOE?», preguntó a los asistentes, que respondieron con un sonoro no. «Lo que queremos es echarle, señor Rajoy», zanjó el asunto. Pero también descartó la posibilidad de formar un tripartito para que haya un cambio en la Moncloa y apostó por un Gobierno socialista monocolor que tienda la mano a las demás fuerzas políticas para afrontar los desafíos de la sociedad española.

El cara a cara

En su afán de desmarcarse de lo que las fuerzas emergentes llaman despectivamente «vieja política», Sánchez tomó una decisión clave en la campaña: debatir con Rivera e Iglesias, lo que tuvo como efecto ponerse a su mismo nivel en una especie de competencia por el liderazgo de la oposición, con Rajoy ausente. Tras salir malparado de esa confrontación, en la que sus dos adversarios se pusieron de acuerdo para atacarle, decidió jugarse su última bala aumentando considerablemente su agresividad en el cara a cara con el presidente, al que acusó de no ser decente por amparar la corrupción. Fue un punto de inflexión que está por ver si se traducirá en votos. Los estrategas electorales del PSOE creen que con esa actuación logró movilizar al electorado socialista y desmarcarse definitivamente de esa imagen que le asocia al PP como representante del bipartidismo.

Desde entonces Sánchez ha convertido la corrupción del PP en eje de su discurso. «Anda enfadado el señor Rajoy. Y se enfada porque le dije lo que millones de españoles pensamos», aseguró ayer. «Rajoy tenía que haber dimitido hace dos años tras el mensaje a Bárcenas», añadió, en referencia al SMS que envió a Luis Bárcenas cuando se sabía que tenía una fortuna acumulada en cuentas suizas.

Pablo Iglesias, durante el cierre de campaña de Podemos.
Pablo Iglesias, durante el cierre de campaña de Podemos. JOSE JORDAN | AFP

Podemos barniza de madurez sus 15 días de mayor moderación

La indignación se canaliza, las propuestas de cambio más radicales se matizan y los gritos se mudan por sonrisas. Ese ha sido el guion que ha seguido al pie de la letra en los quince días de la campaña electoral Podemos, una formación instalada desde que nació hace dos años en la montaña rusa de los sondeos y los estados de ánimos colectivos.

Su líder, Pablo Iglesias, partió en la precampaña alicaído, bajo, cansado e incluso reconociendo que quizás estas generales no fuesen todavía las suyas. Tratar de sobresalir a base de iniciativas, preguntas y mociones en el Parlamento Europeo al tiempo que Podemos aprendía a caminar le pasó una notable factura personal, como reconoció en el debate televisado de bar y café con Albert Rivera, que desde fuera semejó un irrecuperable pinchazo del globo morado, cuya fuga de oxígeno parecía en ese momento ser absorbido por el aerostato naranja de Ciudadanos.

Golpes como las rectificaciones diarias que Europa impuso a Tsipras, el espejo griego de Iglesias, al que no invitó esta vez a su campaña; las acusaciones internas de falta de democracia ante unas primarias diseñadas para ubicar en los primeros puestos de las listas a sus candidatos mediante listas plancha, donde su equipo lograba el puesto asegurado, y las duras negociaciones con los que ahora son sus socios de coalición en Galicia, Valencia y Cataluña, fueron descabalgando tras el verano a Podemos en los sondeos hasta dejarlo último en la pelea a cuatro.

Falta más pista

Pero al contrario de lo que le está ocurriendo a Ciudadanos, que llega, pese a su juventud, sin aire al final de campaña, Podemos asegura que «nos falta pista», unos días más de campaña para completar una remontada que dan por segura en votos, y que las urnas dirán mañana si es cierta y si además se traduce en escaños.

Conscientes de que solo se crece por el centro, Podemos llamó madurez a la moderación que sin disimulo aplicó a su puesta en escena en estos quince días y la recta final de la precampaña. El fichaje del exjefe del Estado Mayor de la Defensa para coliderar la lista de Zaragoza; el de la jueza Victoria Rosell, o el del juez de Palma que iba a juzgar el caso Nóos fue el barniz de solvencia con el que Pablo Iglesias se recompuso para volver a asegurar que el suyo «es un partido de Gobierno», que no se conforma con entrar en el Congreso. Las renuncias o rechazos del constitucionalista Pérez Royo, y del exvocal del Consejo del Poder Judicial Gómez Benítez ya no hicieron mella en un proyecto al que iconos de los emergentes como Ada Colau, Manuela Carmena, Mónica Oltra o Xosé Manuel Beiras bendijeron con sus biografías y experiencia.

Doble estrategia

Y en campaña, dos objetivos. La primera semana: la yugular de Pedro Sánchez; la segunda, todas las fichas contra el PP.

A lo primero se entregó Iglesias con denuedo en el debate televisado a cuatro. Ofrecerse a los auténticos socialistas como reserva espiritual y de voto en todos los mítines, entrevistas y foros hizo mella en el PSOE, que a la desesperada acabó por hacer un favor a Podemos en el debate del líder socialista con el presidente del Gobierno. En ese cara a cara, sin estar presente, Iglesias fue uno de los ganadores. Apuntalado el flanco izquierdo, especialmente pensando en el público joven y urbano, llegó la segunda fase de campaña, afianzar a su gente y volver a pulsar la tecla de la pasión y la indignación atacando a la derecha identificándola siempre con la corrupción.

Nadie en Podemos se extraña de que la prometida nacionalización de las eléctricas haya pasado a engrosar la lista de medidas extremas en caso de imperiosa necesidad, o que el cierre de las bases americanas se estime ahora imposible «porque estamos obligados a cumplir una serie de compromisos legales», o que la irrenunciable república y el fin de la monarquía «no me parece urgente», decía ayer el propio Iglesias, o que incluso la palabra casta haya desaparecido del diccionario de campaña.

El más joven de los partidos que estará en las nuevas Cortes ha seguido al pie de la letra su estrategia de campaña y no han dejado de asegurar que «estamos de remontada».

Albert Rivera, candidato a la Presidencia del Gobierno por Ciudadanos
Albert Rivera, candidato a la Presidencia del Gobierno por Ciudadanos Ballesteros

Rivera permitirá gobernar al que gane

Después de dos semanas de una carrera electoral en la que ha ido de más a menos, Albert Rivera abrió ayer por fin el cajón en el que Ciudadanos mantenía a resguardo su gran enigma de campaña. Y este no era otro que saber qué haría en el supuesto de que PP o PSOE ganasen las elecciones. La respuesta la deslizó ayer en las redes sociales el propio Rivera: abstenerse, una fórmula que, sin embargo, podría no resultar suficiente a Mariano Rajoy para repetir. Un gesto, por otra parte, con el que se desembarazaba de la ambigüedad mostrada a lo largo de una campaña en la que ha insistido en que no apoyaría ni a Rajoy ni a Sánchez.

Pero esta indefinición, calculada de inicio al milímetro para movilizar a los indecisos y mantener abierto el sueño de desbancar a los socialistas, ha podido jugar en su contra en el último tramo de la campaña. Sobre todo después del cara a cara televisivo entre Rajoy y Sánchez, que situó de nuevo en el centro del escenario al bipartidismo. Rivera ponía ayer las cartas encima de la mesa en un último intento de recuperar la confianza del voto del espectro de la derecha, el principal caladero en el que pesca Ciudadanos.

Las condiciones

De ahí que el último gesto de Rivera para cooperar en la gobernabilidad de España tuviera condiciones: la abstención sería a cambio de que ni PP ni PSOE llegasen a acuerdos con Podemos o con los nacionalistas. En el improbable supuesto de que su partido hiciera añicos todas las encuestas y fuera primera fuerza, Albert Rivera también pide la abstención de populares y socialistas para poder gobernar. Descubriendo sus cartas, Ciudadanos trataba así ayer de esprintar en la última etapa y recuperar terreno perdido: partía de inicio en la carrera hacia el 20 de diciembre como la gran revelación, pero algunas cosas no salieron tal y como estaban previstas.

El primer debate a cuatro no fue del todo bien para Albert Rivera, donde estuvo por debajo de las expectativas y no pudo desplegar como quisiera sus cualidades de orador. Bien por el formato o por los nervios mostrados, lo cierto es que muchos señalaron a Pablo Iglesias como ganador. Tampoco le ha beneficiado la ausencia en campaña del problema catalán, un asunto que permitió a Ciudadanos robar protagonismo al PP como garante de la unidad de España y, en consecuencia, traspasar las fronteras de su protagonismo político más allá del territorio de Cataluña. Sin embargo, la campaña ha permitido descubrir que el gran problema de Ciudadanos ha sido presentarse a unas generales con una muy escasa implantación como partido en el conjunto del Estado. Con excepción de Cataluña y Madrid, sin apenas tiempo, el trabajo ha consistido en fiar la estrategia al cartel con la imagen del candidato Rivera, y la formación no ha mostrado una gran coordinación entre sus cuadros políticos.

La primera polémica vino cuando su número tres, Marta Rivera de la Cruz, hizo pública su posición sobre las penas específicas sobre violencia machista en un debate televisivo. «Es igual que un hijo vea a su padre matar a su madre que a su madre matar a su padre», dijo.

Pese a los intentos de Rivera y de su entorno de apagar las brasas, las llamas prendieron después, en este caso gracias a la colaboración de un candidato local. «Hay cárceles de mujeres y violencia de mujeres, como las yihadistas», decía Carlos Pracht, número uno de Ciudadanos por Cantabria, quien llegaba a asegurar incluso que «el aborto es violencia». Un cóctel en el que se ha mezclado la inexperiencia y la descoordinación, pero también la ideología.