El líder socialista realiza una visita al rural en su gira por el sur de Galicia, que incluyó Pontevedra y Vigo
17 nov 2023 . Actualizado a las 21:32 h.-Es guapo, muy guapo. Y parece más joven que en la tele.
La señora (ni ella ni las que le rodean) no se corta un pelo a la hora de piropear a Pedro Sánchez, que ha llegado con un cierto retraso a su cita matinal en Pontevedra.
-¿Y le parece que es tan buen político como guapo?
-Bueno, eso ya me lo reservo para mí.
Antes de los piropos hubo un poco de cabreo porque el acto en el que Sánchez iba a ofrecer sus propuestas para el sector ganadero y pesquero se había convocado en un recinto muy limitado y la mayor parte del público ya no tenía sitio mucho antes de que llegara el líder: «No hay derecho de que nos convoquen y luego no haya donde meterse», se quejaba la presidenta de una cofradía. Al poco, unos operarios ya trajinaban con un plasma para colocarlo frente a la fachada del Café Moderno. El gentío se fue apelotonando por allí un poco fastidiado hasta que la llegada del candidato del PSOE, cazadora marrón, manos en los bolsillos, pantalones chinos azules y zapatos de piel vuelta, aniquiló las consecuencias del retraso con una sonrisa de las suyas. Las señoras salían de los comercios y le hacían fotos o le llamaban «guapo» directamente. Y Pedro, a besar, que cuando se pone en modo ósculo no hay quien le frene.
Allí mismo improvisó un minimitin de cinco minutos para que los que no tenían sitio dentro no se fueran muy frustrados. «¡A votar, a votar!», decía.
Paseo suspendido
Lo que no hubo fue el anunciado paseo por las calles de Pontevedra. Una pena, porque el respetable le tenía ganas. Se hizo valer el peso de la agrupación de Arousa y la enorme caravana aterrizó como una plaga en la parroquia de Castroagudín, donde pocas veces habrán visto semejante despliegue de cámaras y periodistas. La idea era que Pedro Sánchez, que fue recibido por el alcalde de Vilagarcía, viera un poco de eso que llamamos «el rural». Pero lo que vio Pedro fue a la caravana que le sigue a todas partes atropellándose por las estrechas calles del pueblo. Eso sí, le dio tiempo a beber agua de la fuente pública: «Es potable al cien por cien», le decía un parroquiano al líder madrileño antes de que se bajara hasta el caño a probarla: «¡Bebe, que da suerte!», le decía otro.
El episodio más surrealista se vivió dentro de la vivienda del paisano que acompañaba a Sánchez cuando le invitó a comer y le ofreció sacrificar allí mismo un pollo. El candidato socialista a la presidencia del Gobierno, todo sentido común, le dijo que no, que no era necesario. Gracias a Dios.
El siguiente intento de entrar en una vivienda a repartir propaganda se frustró cuando el propietario le invitó a hacerlo por la puerta principal y no por el patio, lo cual suponía un rodeo considerable por toda la aldea que los asesores de Sánchez descartaron cuando este preguntó en medio de la subida: «Pero ¿a dónde vamos?». El descenso ya se hizo con los parroquianos vitoreando al líder, recordándole que aquella pista la asfaltó la Xunta socialista y animando a Sánchez a que le metiera caña a Pablo Iglesias. Y Pedro siguió a lo suyo, que es besar. Alguna de las señoras de Castroagudín probó los labios del líder hasta cuatro veces, dos de subida y dos de bajada. La sonrisa se le salía del rostro.
La última etapa de la visita de Pedro Sánchez a Galicia se vivió en Vigo, donde se repitieron las escenas de mosqueo y el runrún por la falta de espacio. El recinto elegido era el auditorio Mar de Vigo, pero no el auditorio en sí, sino el hall, donde los asesores de campaña organizaron un ambiente más cálido pero también más incómodo. El resultado fue que la gente tuvo que ir entrando por tramos y alguna, cabreada, ni entró: «Vimos a facer bulto para que teña xente e déixannos fora», se quejaba una señora muy encopetada mientras esperaba su turno para entrar. Pero bien está lo que bien acaba y finalmente, mal que bien, el personal se acomodó y los oradores pudieron arengar al electorado con la retórica propia de estos actos, con mención especial para Carmela Silva y Abel Caballero, un tándem capaz de revivir a un muerto. Incluso a uno muerto de varios días. Cuando Sánchez salió al escenario o a lo que fuera aquello, el público ya estaba entregado al cien por ciento. Pero para eso son los mítines ¿no? Desde luego, allí se vio a Sánchez más en su salsa que por las calles de Castrogudín.