La peor hipótesis para el PPdeG es que el partido naranja logre más de 100.000 votos y a pesar de ello no logre ningún escaño
12 sep 2016 . Actualizado a las 08:45 h.Alberto Núñez Feijoo no se fía de las encuestas. De ninguna. Ni de la que ayer publicó La Voz de Galicia, que sitúa su tercera mayoría absoluta en el filo de la navaja, ni de la del CIS, que le otorga una holgura de hasta cuatro escaños. Feijoo no se fía porque sabe que la cosa, digan lo que digan, irá de muy poco. No se fía porque cada vez recela más de sus compañeros de partido en el resto de España. De los de la vieja guardia, a los que ve cada vez más desconectados de la realidad, y de los de la nueva hornada, a los que, pese a sus ínfulas, ve muy verdes como para tratar de hacerse con las riendas del partido. Y teme, seguramente con razón, que las posibles meteduras de pata de toda esa tropa influyan más en la campaña de las elecciones gallegas que el trabajo que él ha hecho durante cuatro años y que le ha llevado a ser el único presidente autonómico español con aspiración de repetir mayoría absoluta. Feijoo empieza a verse solo en un PP en el que un banquero metido a político como De Guindos puede llevar al huerto a Rajoy en el caso Soria, y en el que los supuestos regeneradores -Maroto, Casado, Levy- permanecen callados ante semejante disparate, de manera que tenga que ser él, Feijoo, quien salga a pararle los pies a Guindos y hacer rectificar al propio Rajoy.
Pero, por encima de todo ello, Feijoo no se fía de las encuestas porque no tiene nada claro qué es lo que va a suceder en Galicia con un partido como Ciudadanos, que puede acabar siendo decisivo incluso en el caso no descartable de que no consiga representación parlamentaria. «Si Ciudadanos sacara en Galicia 150.000 votos y no consigue ningún diputado nos haría un daño enorme», le asegura Feijoo a La Voz de Galicia. Será muy difícil que logre esa cifra, pero la tesis valdría aunque sacara 100.000. Es evidente que una buena parte de esos votos de Ciudadanos procederían del PP. Esa circunstancia condiciona en buena medida la campaña de los populares gallegos, que no acaban de tener claro si los naranjas pueden terminar siendo sus mejores aliados en caso de que el PP no alcance por sí solo la mayoría absoluta, o si van a ser su peor enemigo y los culpables de que no la consigan. De ahí que los menajes de Feijoo sobre Ciudadanos se vayan a centrar en una llamada al voto útil, pero sin romper puentes personales con Rivera, lo que dificultaría un posible acuerdo posterior. Un error este último que cometió Rajoy en la pasada campaña de las generales y por el que ha pagado muy caro.
La paradoja es que al PP podría venirle muy bien que Ciudadanos obtuviera al menos un diputado. Primero, porque, de lograrlo, muy probablemente se lo arrebataría al PSdeG o a En Marea, y no al PPdeG. Y, segundo, porque se da por hecho que, en caso de que a Feijoo le falte un escaño, pactará con los naranjas, por más que le horrorice la hipótesis de tener que gobernar condicionado por un partido en el que no confía. Pero el peor escenario es el de que Ciudadanos le quite votos al PP y esos votos vayan a la basura por no alcanzar representación. Eso pondría las cosas muy difíciles a Feijoo. La duda es qué hacer. Ir al choque contra Rivera; ignorarlo y dejarle hacer, o esperar a ver como evolucionan los trackings diarios.
En el PP no existe un plan B para sustituir a Rajoy
Mariano Rajoy lleva ya doce años como líder del PP, y lleva camino de superar a José María Aznar, que presidió a los populares durante catorce. Los sorprendente es que, después de todo este tiempo, y de lo que ha sucedido, Rajoy tiene ahora menos posibles sustitutos de los que tenía en el 2004 o el 2008, cuando había cola para hacerse con su sillón. Alguno dirá que, como Narváez, no tiene enemigos porque ha acabado con todos ellos. Pero lo cierto es que, cerrada la vía de Feijoo, a día de hoy, no hay en el PP un solo líder que pudiera acometer con garantías el relevo de Rajoy. En Génova no hay plan B. Y, por eso, Rajoy está absolutamente tranquilo, seguro de que, si hay elecciones, volverá a ser el candidato.
Sánchez y Rivera siguen en el «chicken game»
Después de nueve meses desde las elecciones del 20D, volvemos a estar en el chicken game. Ya saben, esa competición en la que dos participantes conducen sus coches en direcciones opuestas y el primero que cambia su trayectoria por miedo a chocar pierde y pasa a ser un gallina. A eso juegan ahora mismo Pedro Sánchez y Albert Rivera. El socialista está convencido de que el naranja no se atreverá a ir a nuevas elecciones y acabará facilitando un Gobierno del PSOE y Podemos. El de Ciudadanos cree que el socialista tendrá vértigo y en el último momento se abstendrá para que gobierne el PP. El problema puede ser que ninguno de los dos se aparte y al final la que se estrelle sea España.
Iglesias y Errejón, como en la asamblea de la facultad
Lo que está sucediendo en Podemos empieza a ser preocupante. Las discrepancias entre distintos sectores en cuanto a la estrategia política son algo consustancial a cualquier fuerza política. Lo que ya resulta más difícil de comprender es que en un partido con poco más de dos años de vida, sean los fundadores los que anden a la gresca. La impresión es la de que Iglesias, Errejón, Bescansa y compañía actúan como si estuvieran todavía en la asamblea de la facultad, gozando con disquisiciones bizantinas, casi divirtiéndose, y que les importan poco los cinco millones de votantes que tienen detrás. Que están cómodos en la eterna lucha estudiantil por el liderazgo, pero no a la hora de hacer política real.