Ni se inmuta. Ni con la presión previa a la gesta, ni después de su elevación a los altares futbolísticos. Iker Casillas se entrenó ayer (estiramientos y carrera continua) con la misma sonrisa templada que mostró antes de que comenzara la tanda de penaltis ante Irlanda. Aunque esta vez su rostro le robó destellos de cámaras a Morientes o a Tristán. Incluso parece que ni le afectó que todo el equipo regresara al hotel de concentración en Ulsan a las cuatro de la madrugada. No importa. Su salto del banquillo a la gloria, su resaca de éxito, no tienen efectos secundarios de momento. Iker afronta con la misma calma el duelo desde los once metros que el aluvión de halagos que se ha desatado sobre su persona. A pesar de que sabe que ahora mismo es el portero del Mundial, es la cara opuesta a Kahn, Barthez o el propio Cañizares. En esta ocasión, se puede decir que la procesión va por fuera. Incluso fuera de Corea y de España. La hazaña del guardameta y su gesto impasible se han extendido por el planeta fútbol. El periódico El País , de Uruguay, titula el pase de España a cuartos con un elocuente «Furia en las manos». Y el diario argentino Olé prefiere comparar al madrileño con un mito de la albiceleste. Este rotativo afirma que «Casillas es el Goyco gallego» y le dedica un completo perfir al pibe del Real Madrid. La Prensa, de Panamá, es más directo y encabeza la información con «Casillas, el hombre que clasificó a España». Incluso algún rotativo indica que la Virgen se le apareció a Camacho en forma de joven cancerbero. Hasta el Washington Post reservó un hueco para el fútbol español y publicó una fotografía de una de las paradas del meta madridista. Como el USA Today , que le restó un poquito de papel a la sorprendente selección norteamericana para destacar el papel del portero del combinado de José Antonio Camacho. Y José María Arteta, alcalde de Móstoles, ya le da al logro de su ilustre vecino tintes patrióticos e históricos. Arteta ha comparado a Iker con los mostoleños que se sublevaron contra las tropas francesas de Napoleón en 1808.