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Madrid, una laberinto en silla de ruedas

Carmen Romero MADRID

ESPAÑA

JUAN LÁZARO

Cines, teatros, tiendas y bares evitan acometer adaptaciones que no superarían los 350 euros

11 ene 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

Eugenio Ramos espera sentado en su silla de ruedas a las cuatro de la tarde en punto de uno de los días más fríos del año en el centro exacto de la madrileña plaza de Santa Ana. El objeto de su cita con La Voz de Galicia no es otro que realizar un recorrido para observar directamente los innumerables obstáculos con los que tropieza un minusválido a cada paso por la ciudad y que han sido motivo de los exhaustivos estudios realizados por este ingeniero de Obras Públicas a través de su asociación Transporte Sin Barreras. No es necesario salir de la explanada para empezar a advertir los impedimentos que, inasequible al desaliento, denuncia Eugenio. «Si ahora mismo quisiera tomarme un café, comprobaría que todos los bares de la plaza menos uno tienen un escalón o desnivel a la entrada», denuncia. «Poner una rampa que solucione este problema no cuesta más de 350 euros», añade. El paseo continúa por la calle San Sebastían, donde el material de una obra del Ayuntamiento bloquea la acera y le obliga a dar un rodeo, y sigue por la calle Atocha, donde los adoquines desprendidos le obligan a hacer un esfuerzo especial con los brazos -su silla de ruedas es manual- para avanzar. «No utilizo una silla eléctrica porque dejaría de hacer ejercicio y, ademas, te resta movilidad», explica. Cines y teatros Finalmente, Eugenio desemboca en la Plaza de Jacinto Benavente, un lugar inmejorable para demostrar la nefasta adecuación de los cines y teatros del centro a las necesidades de este colectivo. Para acceder al Teatro Calderón por cualquiera de sus puertas es necesario subir dos escalones considerables. «Los porteros podrían subir a un minusválido a pulso y se le acomodaría en el pasillo central», explica el encargado de la taquilla. «No vienen muchas personas en silla de ruedas», añade. «No me extraña», replica Eugenio. El Cine Ideal, situado a escasos metros del Teatro Calderón, también tiene un escalón a la entrada y, además, cuenta con unas elegantes escaleras que dan acceso a las salas y, de paso, imposibilitan que un paralítico asista a la exhibición de ninguna de las películas en cartel. «Si conoces el cine en cuestión, por lo menos sabes a qué atenerte», comenta Eugenio, «lo malo es cuando vas a un sitio nuevo y te llevas la sorpresa: te dicen por teléfono que está adaptado y luego te encuentras con un escalón. Te quedas con cara de tonto y las entradas en la mano». De todas formas, no tiene problema en pedir ayuda a algún transeunte, «la gente es amable». Y es que «una de las cosas buenas de ir en silla de ruedas es que pierdes el miedo a pedir que te echen una mano». Por la calle Carretas Bajando por la calle Carretas hacia la Puerta del Sol se observa que la mayoría de las tiendas son inaccesibles en silla de ruedas. De nuevo, los desniveles en las puertas son mínimos y las reformas necesarias, de una sencillez vergonzosa. «La legislación actual obliga solamente a los comercios de más de 500 metros cuadrados a ser accesibles, pero sería tan fácil colocar rampas que parece mentira que no las instalen en todas las tiendas». Un enorme establecimiento de moda en esta calle demuestra que la desidia llega incluso al incumplimiento de la ley: un par de escalones impiden el acceso de los minusválidos al local. Eugenio llega por fin a la Puerta del Sol, donde es posible observar todas las deficiencias de la red de transportes que este ingeniero se ha esforzado especialmente en denunciar. Los andenes situados frente al mítico reloj son principio y fin de algunas de las principales líneas de autobuses de la ciudad. Elevados unos centímetros respecto al nivel de la calzada, el acceso a los mismos es sencillamente imposible incluso para alguien que maneja la silla de ruedas con la destreza de Emilio, que se introduce ágilmente entre los andenes para demostrarlo. ¿Metro, taxi o autobús? En otros puntos de la ciudad sucede lo mismo: en la Puerta de Alcalá, los conductores detienen los vehículos a unos metros de la parada, con lo cual un minusválido no puede acceder al interior por muy adaptado que esté el bus en cuestión, y en Cibeles o la Plaza de Felipe II se presentan panoramas similares. Eugenio podría volver a su casa en Metro, pero la estación de Sol no está entre las 51 que teóricamente son accesibles -un estudio realizado por Transporte Sin Barreras demuestra que ascensores averiados y otras negligencias hacen que la accesibilidad no sea siempre efectiva-. Tampoco llamará a uno de los veinte taxis preparados para minusválidos que circulan por Madrid, ya que «como son tan pocos, para cuando llegan a donde estás ya marcan 10 euros». Cogerá un taxi normal y utilizará la impresionante fuerza que ha desarrollado en los brazos para deslizar ágilmente tras de sí su silla. El dinero que se ahorre lo empleará en seguir financiando sus minuciosos estudios.