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Las tribus «domingueras» del Retiro

Carmen Romero MADRID

ESPAÑA

R. P. V.

En directo | El parque madrileño es en los días festivos un desfile de tipos humanos Tarotistas, patinadores, vendedores ambulantes y masajistas chinos comparten la zona verde codo con codo

29 jun 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

Poco podía imaginar Felipe IV, cuando en el siglo XVII levantó un palacio -del que hoy sólo quedan el Casón y el Salón Grande, que alberga el Museo del Ejército- , que los inmensos jardines circundantes donde practicaba la caza serían, cientos de años después, el campo de operaciones de los videntes, barquilleros, masajistas chinos, vendedores de abalorios, mimos o tatuadores que ofrecen sus servicios frente al estanque del Retiro. Los días de mayor afluencia al parque son los domingos. Cada semana, un abigarrado crisol humano invade las 116,84 hectáreas del corazón verde de Madrid. De los ancianos que pasean plácidamente a los apresurados corredores, de los videntes pertrechados tras sus cartas a los niños en patines, hay sitio para todo y para todos. Un apretado corro acoge con risas y aplausos la actuación de un payaso callejero que, montado en un monociclo, hace malabarismos y toma el pelo a un turista alemán al que ha escogido como ayudante entre su nutrido público. Parejas de inmigrantes sudamericanos aprovechan su día libre en el parque, uno de los pocos entretenimientos gratuitos de la capital, para engordar un poco los envíos mensuales a sus familias. Frente al estanque Pippiane Soleil es el nombre de guerra de la propietaria de una de las licencias municipales que autorizan a ejercer la videncia en el parque. Tras una mesa plegable decorada con coloristas cartas del tarot, oferta sus dotes adivinatorias a un precio que oscila entre los 10 euros de una lectura de manos y los 30 euros de un tarot profundo. «Sobre todo me hacen consultas de amor y trabajo» afirma Pippiane, quien se queja de que «los chinos que hacen masaje nos quitan el sitio sin tener permiso». Efectivamente, unos quince masajistas ocupan sus puestos a pocos metros de los dominios de los tarotistas. Unos siniestros muñecos decorados con caracteres orientales que señalan los puntos clave del masaje tradicional chino sirven de reclamo. Compensando su deficiente castellano con un festival de aspavientos, la capitana del grupo -una ciudadana china de 45 años, residente en Usera y que afirma haber sido propietaria de un salón de masajes «con camillas» en su tierra natal- predica las habilidades masajísticas de sus compatriotas -«masaje chino muy bueno»- y protesta por las intromisiones de la policía. La cara más tranquila Alejándonos del paseo del estanque, centro neurálgico de la venta abulante, los espectáculos o el tarotismo, los domingos en el parque también tienen una cara más apacible. En verano, el césped se llena de jóvenes que charlan en grupo, leen o toman el sol, a veces incluso en bañador. Por los senderos del parque, los vecinos de la zona pasean sus perros y, tal vez, vigilan de lejos a sus hijos, que van en bicicleta. «Vengo todos los días, desde el año 1986», afirma Alberto, vecino del barrio de Salamanca y feliz propietario de un mastín y un pastor catalán, que se queja de que «la gente manche el parque, tire botellas...». El paseo de coches y los senderos que rodean el Retiro se llenan de deportistas que hacen footing o patinan. «Vengo todos los domingos», cuenta Mari Carmen, una patinadora de 26 años, «me encuentro con los amigos de toda la vida». Sin embargo, incluso las zonas más tranquilas del Retiro pueden deparar sorpresas. Cualquier domingo del año, es posible encontrarse con el Círculo de Tai Chi Chuan, un grupo de personas o zhan que se reúnen, desde 1988, a practicar artes marciales en el parque bajo la batuta de Liang Puwan, un acupuntor chino afincado en la capital. Los tambores del Retiro Y, frente a la mezcla de gentes o los remansos de paz que ofrece el parque de El Retiro los domingos, el espectáculo casi circense que se improvisa, cuando cae la tarde del domingo, bajo el monumento a Alfonso XII que se yergue sobre el estanque. Una multitud de jóvenes participan en un espectáculo singular, animado por el trasiego de litronas. Uno monta en monociclo con gran habilidad, otro hace unos juegos malabares algo amateur y una chica se arranca en un baile más o menos étnico al ritmo ensordecedor de los timbales y los bongos. Antonio e Iñaqui, estudiantes de Sociología, se acercan a esta esplanada -que llaman «la plaza de los tambores»- cada domingo. «Es una buena manera de terminar el fin de semana, hablas con la gente y eres parte de algo», explican, sentados en la escalinata del monumento y con el estanque a sus pies.