La gran pantalla se fija en Madrid

Carmen Romero madrid

ESPAÑA

Reportaje | Cine con inspiración madrileña Desde las producciones zarzueleras hasta Amenábar, muchos cineastas han reflejado el espíritu de la ciudad

14 sep 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

Los espectadores que acudieron a los cines a ver Abre los ojos se sorprendieron al ver al actor Eduardo Noriega avanzando, completamente solo, por una Gran Vía desierta de coches y viandantes. Era el año 1997, y Alejandro Amenábar marcaba el hito de ser el primer cineasta que vaciaba la calle más bulliciosa de Madrid para rodar una película. La capital ha desempeñado, desde los primeros pasos del cinematógrafo en España, un papel relevante en muchos filmes. Desde las producciones zarzueleras hasta la comedia madrileña, el paisaje urbano y sus posibles filosofías han merecido un lugar casi protagonista en algunas de las películas rodadas en la ciudad. A pesar de que la filmografía de inauguraba los años ochenta, más o menos próxima al patrón de la movida madrileña, ha supuesto un referente difícil de superar, en los últimos años han sido muchos los cinestas que han reflejado la capital a través de un prisma nuevo. La época que reflejó Almodóvar en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1979) o la zona centro que filmó Trueba en su Ópera Prima (1980) comparten ahora espacio en el imaginario de la ciudad con películas más recientes. El año 1995 fue especialmente fértil. Mientras Montxo Armendáriz colgaba del viaducto a los protagonistas de Historias del Kronen, una de las escenas más delirantes de El día de la bestía se desarrollaba, por obra y gracia de Álex de la Iglesia, en un emblemático letrero luminoso de la Gran Vía. Un poco antes, Imanol Uribe ambientaba en el barrio de Malasaña la temática terrorista de Días Contados (1994), su adaptación de la novela homónima de Juan Madrid. En Taxi (1996), Carlos Saura filmaba una cara poco habitual del parque del Retiro. La escena final se desarrollaba de noche a orillas del estanque. El éxito de taquilla de una comedia tan claramente madrileña como Al otro lado de la cama (Emilio Martínez Lázaro, 2002) o el protagonismo del barrio de Lavapiés en Descongélate (Ayaso y Sabroso, 2003) no habrían sido posible si no hubiera habido unas Historias del Kronen o una Ópera Prima. Y ninguna de ellas se habría rodado si no hubiera existido Madrid.