No se lo pierda | Libros El cineasta oscense reconstruye la historia contemporánea del arte gitano, a través de sus principales figuras
14 may 2004 . Actualizado a las 07:00 h.El aire busca su destino en unas manos que rompen la placidez del cielo, mientras la tierra desvela sus entrañas con el ritmo clarividente de un zapateado. Con una sabiduría ancestral en sus movimientos, Lola Flores desafía la fotográfica mirada un Carlos Saura conmovido por una verdad desnuda que desgarra el dolor y el sufrimiento. Con el guiño de curiosidad y avidez de quien se antoja aficionado en su gran pasión, el director oscense borda con hilos de admiración y un centenar de flores en blanco y negro la historia del arte gitano en Flamenco, un precioso libro que acaba de publicar Círculo de Lectores . De puntillas, casi conteniendo la respiración para no distraer al duende, se rinde ante el porte soberano de Manuela Carrasco, «bailaora antigua y moderna, bailaora de siempre», o se abanica con los flecos del mantón que mueve como nadie Matilde Coral. Capaz de recoger en un disparo la intensidad y el talento del gran Antonio Gades, su primer maestro en esta forma de ver y amar la vida, Saura rememora en este documento gráfico aquel embrujo que marcó toda su carrera. Desde la petenera cantada por Rafael Romero el Gallina que ilustra Los golfos, su primer largometraje, hasta las películas Bodas de sangre, Carmen, El amor Brujo o Sevillanas, envuelve con un manto mítico a todas aquellas figuras que con su cuerpo, corazón y voz otorgaron un espíritu rebelde y arrollador al cante y al baile. Flamenco , que testimonia el fiel idilio que Saura ha mantenido con la fotografía desde los quince años, ofrece un retazo de eternidad, elaborada con cariño y respeto, a Camarón de la Isla, Farruco, la Paquera de Jerez y otras grandes estrellas ya desaparecidas. Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar intentan convencer a la guitarra para que acompañar los ensortijados pasos de Merche Esmeralda o Lucía Hoyos, en busca de una impresionante fusión de fuego, aire y tierra. Sin embargo, no se olvida de las sombras, oscuras parejas que parecen susurrar los interrogantes de la danza. Su expresividad acapara protagonismo en algunas de las fotografías más excepcionales. Con la ayuda inestimable que ofrecen los espejos, Carlos Saura se sumerge en las estampas, quizá para al fin poder hacer realidad su sueño frustrado de ser bailaor.