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Óscar Hernando «Mi padre me dedicó al nacer una bota de vino con mis iniciales»

La Voz

ESPAÑA

05 abr 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

Segovia es uno de mis pulmones psicosomáticos predilectos, sobre todo en alguno de sus pueblos más bucólicos, como Sotosalbos, y es también una de las «patrias queridas» de los gloriosos asados castellanos, aunque en los últimos tiempos el panorama gastronómico haya mejorado ostensiblemente sin daño ni merma para la tradición. En su día escribí de La Cocina de Segovia, pionera del cambio, y más recientemente he hablado aquí de La Concepción y Villena. Me faltaba la guinda, el restaurante Marcaibo-Casa Silvano (Paseo Ezequiel González 25, Segovia, tno. 921 461 545), cuya historia, unida a la suya propia, me detalla amablemente Óscar Hernando, actual líder de la casa. - No tengo más remedio que decirte que tu biografía es más bien rarita. Se basa en actividades y premios relacionados con tu actividad como sumiller y sin embargo mis colegas y yo acudimos a ti en peregrinación para entrevistarte por tu creciente fama como jefe de cocina ¿Puedes desentrañarme ante todo esta aparente contradicción? -Bueno, no hay misterio alguno. Nací en Segovia y acabo de cumplir 40 años. Mis padres abrieron Casa Silvano (lo de Maracaibo es por el lirismo) en el 72, cuando contaba 5 o 6 primaveras estuve un par de años en el cole como medio pensionista y luego me reintegré a casa. Tenía 8 añitos, y seguí creciendo entre pucheros e incorporándome sin traumas a la cocina. Mi madre, Margarita Torrego, guisaba como los ángeles (recuerdo sus alubias, su rabo de toro, su cordero... )y mi padre Silvano estaba en plena vigencia. Por lo que se refiere a mi vocación de sumiller... no había más remedio, porque él, mi progenitor, me había regalado una bota de vino al nacer, aunque yo no me enterase hasta mucho después, y eso predispone mucho. En cuanto a la cocina, a los 13 o 14 años empecé a ocuparme de algunas de las tapas de la barra, como la asadurilla, y la transformación vendría gradualmente. No he hecho stages ni cosas de ésas, salvo el tiempo que pasé con ese gran maestro que es Salvador Gallego, quien «me abrió los ojos». También fui a la Escuela de Hostelería de San Rafael desde los 16 a los 18 años, y después seguí currando en casa, amén de mi participación en cursillos y concursos de cata. Cuando empecé a tomar la sartén por el mango, mi carpaccio de hongos de Valsaín (boletus edulis) llamó mucho la atención. Al principio negativamente, porque decía la gente que los boletus eran medicina y que cómo se me ocurría darlos para comer. Ahora llevan 20 años en la carta y se los disputan. La susodicha carta es hoy completísima, y nos enorgullecemos legítimamente de ella y aún más de la de vinos, donde el Château Petrus del 90 se codea sin remilgos con L ¿Ermita o el Pingus...