Con 44 años recién cumplidos, se va a su casa harto de ser cuestionado, sortear trampas, abortar conspiraciones y mantener continuas polémicas con sus colegas de partido. Josu Jon Imaz no se presenta a la reelección como presidente del PNV convencido de que su continuidad en el cargo, si es que hubiera ganado la asamblea de diciembre, abocaba al partido a la escisión.
Sus tres años y medio al frente del Euskadi Buru Batzar sirvieron para dar su apellido al partido. El PNV de Imaz era una referencia política para todos, era algo distinto al PNV de Xabier Arzalluz. Y lo era para el Gobierno, para los socialistas y para ETA, que también hacía, aunque fuera para mal, la distinción en sus comunicados. Este doctor en Químicas, especialista en polímeros, imprimió a su partido un marchamo de moderación y pragmatismo olvidado en los años montaraces de Lizarra y el plan Ibarretxe.
Recuperó el espíritu moderado y pactista del PNV, y aunque no llegó a la comunión de antaño con los socialistas, reconstruyó los destruidos puentes de entendimiento con el PSOE, y hasta se permitió el diálogo con el PP.
Sus problemas, al menos los principales, no estaban fuera del partido: estaban dentro, tenía el enemigo en casa. Arzalluz nunca digirió la derrota de su delfín Joseba Egibar y éste emprendió una campaña de acoso y derribo. Puso en solfa todos los movimientos estratégicos de Imaz; censuró sus acercamientos y alejamientos; y desde su taifa guipuzcoana ridiculizó cuanto pudo el sesgo pactista de su presidente.
El que hasta diciembre será líder del PNV se colocó en la misma longitud de onda política que José Luis Rodríguez Zapatero, cosas de la edad, y de Alfredo Pérez Rubalcaba, cosas de la química. La contemporaneidad con el presidente del Gobierno y compartir titulación universitaria con el ministro del Interior fueron muy útiles para generar una complicidad sincera y un entendimiento fluido que fue determinante para que el PNV fuera el aliado fiel que nunca había sido en anteriores intentos de acabar con la violencia. Imaz siempre secundó, sin atisbo de reparo, los pasos dados por el Gobierno y los socialistas en el proceso de paz. Pero ese mismo comportamiento fue la perdición dentro de su partido.