La policía arrestó al presunto homicida en un pueblecito de la Serranía de Cuenca, junto a su esposa.
26 mar 2008 . Actualizado a las 22:03 h.«Siempre vimos algo raro en esta pareja». «Era muy extraño que hubieran venido aquí desde Andalucía, con el frío que hace, a vivir en una casa que no tiene ni estufa», repetían este miércoles los vecinos del pequeño pueblo de Pajaroncillo (Cuenca), de apenas 100 habitantes, que durante mes y medio han convivido con Santiago del Valle, el presunto asesino de Mari Luz Cortés, la niña de 5 años de Huelva de etnia gitana cuyo cadáver apareció en la ría onubense el 7 de marzo tras casi dos meses desaparecida.
El principal sospechoso de este crimen y su esposa, Isabel García, fueron detenidos el martes sin oponer resistencia por ocho policías en la estación de autobuses de Cuenca, a donde habían viajado en un autobús de línea desde este pueblo. Este miércoles, ambos han sido interrogados en la Jefatura Superior de Policía de la ciudad castellano-manchega. A sus puertas se concentraron decenas de gitanos conquenses con pancartas con la frase «No pedimos venganza. Pedimos justicia».
En su declaración, Santiago del Valle, de 52 años, ha admitido que la pequeña Mari Luz murió cuando estaba con él, pero aseguró que fue un accidente. Según su relato, conocía a la niña desde siempre, pues eran vecinos, y el día de los hechos la invitó a entrar a su vivienda, donde intentó abusar de ella. Como la niña se resistió, comenzó un forcejeo en el que Mari Luz recibió un golpe accidental al caer por una escalera, según su versión. El presunto asesino también reconoció que llegó a tapar la boca de la niña para que no chillara. La autopsia practicada a su cadáver dictaminó que murió asfixiada.
Según la versión del encausado, con antecedentes por pederastia y sobre quien pesa una prohibición de acercarse a sus propias hijas, después de morir Mari Luz decidió deshacerse del cuerpo y huir con su esposa, dadas las sospechas de la policía y de la propia familia de la niña, que siempre desconfió de él porque conocía su pasado. Primero se dirigieron a Utiel (Valencia), donde viven varios allegados de su mujer, y luego optaron por irse a Pajaroncillo, para alejarse aún más de la familia de la menor asesinada, por miedo a posibles represalias.
Desconocidos
En Pajaroncillo la pareja, que no es de etnia gitana, apenas hablaba con los vecinos. «Aquí han hecho una vida normal», ha explicado el alcalde del pueblo, Juan Gregorio Requena, quien jamás sospechó que pudieran estar relacionados con un asunto así. «Si pasaban por delante decían adiós, y otras veces no decían nada porque iban hablando entre ellos», relata otra vecina, igual de asombrada que sus paisanos al conocer la noticia.
A quienes trabaron algún contacto con ellos les dijeron que procedían de Sevilla y que sus hijos se habían quedado al cuidado de los abuelos. Para alquilar la casa en la que vivían, y de la que apenas salían, habían adelantado el pago de dos meses. Dentro no había ningún sistema de calefacción, pero sí un teléfono. Santiago se preocupó también de instalar una antena de televisión, quizá para seguir las últimas noticias sobre la investigación del caso.
En alguna ocasión, llegó a pedir permiso a un vecino para ver la televisión en su casa, por falta de señal en la que había alquilado.
El matrimonio tampoco tenía coche, por lo que solía recorrer en autobús de línea los 50 kilómetros que separan Pajaroncillo de la capital conquense. Según otros vecinos, en alguna ocasión habían admitido estar bajo tratamiento psicológico. Todos coincidieron este miércoles en expresar su estupor y perplejidad por haber convivido sin saberlo con el presunto asesino.