Leopoldo Calvo-Sotelo ya descansa para siempre frente a la Ría de Ribadeo, que tanto quería y de la que fue nombrado Marqués. Fue en un día plomizo, triste, amenazando lluvia, en el que los ribadenses despidieron a su alcalde honorario. «Qué mayor prueba se puede dar de amor a esta tierra que el hecho de que su última voluntad fuese ser enterrado aquí», manifestaba ayer Víctor Moro, ex subdirector general del Banco de España y compañero de pupitre de Calvo-Sotelo en su infancia en Ribadeo.
El ex presidente del Gobierno, el primero fallecido de la democracia, recibió sepultura en el cementerio municipal ribadense en una emotiva ceremonia en la que estuvo acompañado por centenares de sus vecinos que desde el mediodía le esperaban en el consistorio.
La llegada del féretro con los restos mortales de Calvo-Sotelo se demoró más de lo previsto, porque en el aeropuerto de Ranón (Asturias), adonde había llegado desde Torrejón de Ardoz, se improvisó un breve homenaje. Además, el protocolo se alteró a última hora por deseo de la familia, que decidió que el coche fúnebre pasase frente a la casa familiar y por el muelle deportivo, para remontar la calle San Miguel del casco viejo y abocar en el consistorio. Allí llegó sobre las tres de la tarde, precedido por una escolta de honor y tres coches cargados de coronas de flores. Y tras el, dos autobuses en los que viajaron sus familiares.
Los aplausos de la gente rompieron el silencio, mientras las autoridades, con el presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, y el delegado del Gobierno, Manuel Ameijeiras, a la cabeza, fueron al encuentro de Pilar Ibáñez-Martín, la viuda de Calvo-Sotelo. Dado el pésame, fue Moro quien la abrazó y tras él Ricardo López, un ribadense que en los últimos años se encargaba de vigilar las propiedades del ex presidente, y que se fundió en un emotivo abrazo.
No faltaron todos los alcaldes de la democracia de Ribadeo, que quisieron tributar así un homenaje al principal valedor del municipio, a quien siempre atendió sus demandas.
A continuación, la Banda Sinfónica Municipal comenzó a interpretar el Réquiem de Mozart en honor de un melómano declarado, mientras el féretro era llevado al salón de plenos del ayuntamiento -antigua casa del Marqués de Sargadelos- a hombros de agentes vestidos de gala. Tras ellos, la familia de Leopoldo Calvo-Sotelo, entre otros sus hijos; su sobrina, la ministra de Educación, Mercedes Cabrera y Adolfo Suárez Illana, omnipresente ofreciendo su apoyo a la familia. Por la tarde se sumarían, entre otros, dos ex ministros del Gobierno de Calvo-Sotelo, Rodolfo Martín Villa y Alberto Oliart.
La emoción contenida se disipó con nuevos aplausos. Los vecinos comenzaron a formar cola para pasar por la capilla ardiente, instalada en el salón de plenos. Durante las tres horas que siguieron el tránsito fue constante. La viuda y los hijos no se separaron en ningún momento del fallecido, cuyo ataúd cubría una bandera española. Dos coronas, una de la corporación municipal -cuyos representantes acompañaban a la familia- y otra de Sus Majestades adornaban la estancia. La mayoría de los ribadenses que pasaron por la capilla plasmaron sus dedicatorias en el libro de firmas.
Sobre las seis, el ataúd fue portado a hombros en los aproximadamente 300 metros que separan el consistorio del templo parroquial. La comitiva avanzó entre los aplausos de los centenares de personas que después abarrotaron la iglesia de Santa María del Campo y la plaza anexa. La ceremonia fue cantada por la Coral Polifónica de Ribadeo, de la que el fallecido era miembro de honor y oficiada por el Obispo de Mondoñedo-Ferrol, Manuel Sánchez Monje, quien destacó el perfil político y sobre todo humano del ex presidente. Leopoldo Calvo-Sotelo fue enterrado al lado del panteón donde descansan sus padres, Leopoldo y Mercedes. Enfrente lucía la Ría de Ribadeo.