Réquiem por el Banco de España

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

La reforma anunciada por el PP anticipa la oleada de cambios que prepara Rajoy para después de las elecciones. Por Manuel Campo Vidal

09 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Fue Soraya Sáenz de Santamaría, portavoz popular en el Congreso, la que esta semana inició los funerales políticos por el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez. «El gobernador no puede ser solo un analista de la situación», exclamó en el marco de una recriminación por la pasividad del alto organismo en los años de degradación del mercado financiero español. Especialmente indignada con las indemnizaciones a los exdirectivos de algunas cajas de ahorro, Soraya dejó claro que el Banco de España sufrirá cambios profundos en cuanto el PP gobierne. La grave situación de algunas entidades, tolerada hasta el final por el supervisor, pasa factura. Esa frase de Ordóñez, «la CAM es lo peor de lo peor», se vuelve en su contra, porque, si estaba tan mal, él hubiera tenido que actuar antes. Si van a darle la vuelta hasta al Banco de España, es que ya no queda espacio en el que refugiarse ante la ola de reformas y cambios que vienen.

Horas después de la compra del Pastor por el Popular, el presidente de una caja de ahorros, aparentemente saludable, confesaba: «Aquí parece claro que quedarán ocho o diez entidades en muy poco tiempo, los cuatro grandes -Santander, BBVA, Caixa y Bankia- y a lo sumo otras cinco o seis entidades en las que nos sumaremos todos los demás». O lo que quede de los demás, para ser más exactos. El Banco de España lo va a exigir. Vienen cambios profundos y, a juzgar por el estilo impuesto por el balear Bauzá y la señora Cospedal, con anestesia mínima. Parece que no hay tiempo que perder.

Lo interesante es ver que ante la apisonadora popular que viene con esa tranquilidad que infunde Mariano Rajoy y solo altera Aznar -«el Gobierno mendiga un gesto ante ETA»-, Rubalcaba se esfuerza por tejer un discurso en el que se presenta como el cambio del cambio. La pieza oratoria de cierre de la conferencia socialista del pasado domingo está al alcance de muy pocos políticos en este país. Decididamente, después de Felipe González, y para algunos auditorios Alfonso Guerra, Rubalcaba es el mejor constructor de discursos que ha tenido el PSOE en las últimas décadas. Si acaso, competiría con él Josep Borrell, que ganó las primarias al entonces secretario general Joaquín Almunia, pero después fue devorado por el aparato. A saber qué discursos andaría haciendo ahora el PSOE de haber elegido otro candidato.

Es cierto que no hay efecto Rubalcaba en las encuestas, pero el malestar era y es demasiado alto entre los antiguos votantes socialistas. Sin embargo, el discurso final de la conferencia contiene la fórmula con la que el candidato, químico de profesión, quiere reanimar a la decaída clientela. Según él mismo detalló, ideas, propuestas y cuentas claras. Apelando a la nostalgia, llegó a comparar la importancia de estas elecciones con las primeras de la democracia, las del 77, porque, a su juicio, lo que se decide es cómo se sale de una crisis tan profunda. Y pidió el voto útil para el PSOE tratando de retener fugas hacia IU: «Cuando hay una alternativa a los socialistas en el Gobierno, esa alternativa es siempre la derecha». Minimizando el valor de las encuestas, recalcó en su tramo final: «No podemos tirar ahora la toalla». Lo bueno de escuchar a Rubalcaba es que se le entiende todo.

Y lo bueno de escuchar a Rajoy es que suena a sentido común. Sus antiguos enemigos internos son los que se exceden. Que Aznar se pasó, lo reconocen todos. Que Esperanza Aguirre suena a hooligan, también. En el desayuno de Soraya Sáenz de Santamaría estaban todos los que conspiraron contra Rajoy esperando la dispensa papal y todos los independientes que aspiran a entrar en su gobierno. Las elecciones, bien pensado, podrían celebrarse el domingo que viene.