El viejo PSOE rescata a ETA

M. CHEDA ENVIADO ESPECIAL

ESPAÑA

En el mayor mitin de la campaña socialista, Guerra y González atribuyen a Rubalcaba el final del terrorismo e insinúan que el PP quería demorarlo

06 nov 2011 . Actualizado a las 16:37 h.

Ha vuelto. El tipo del «por consiguiente», el de la chaqueta de pana y el deje andaluz, regresa por sus fueros. González Márquez, Felipe, está aquí. En sacarlo del armario de la ceja se ha afanado otro socialista que anhela ser lo que él fue de Naranjito a Aznar, del 82 al 96; esto es, presidente del Gobierno de España. Rubalcaba se agarra al clavo de la esencia socialista. Suresnes en el siglo XXI. Un PSOE vintage. Esa es su moda.

Se vio ayer, en el velódromo de Dos Hermanas (Sevilla), donde ambos líderes compartieron coso ante 25.000 entregados espectadores. Olé, olé. Y un tercer olé. Porque engordó el cartel otro clásico de esos que se resisten a dar la alternativa, a cortarse la coleta; un Ortega Cano de la política: Alfonso Guerra, quien no coincidía con González sobre un escenario electoral desde hacía 15 años. En el Walt Disney del puño y la rosa que fue aquello solo faltó Bambi, una estrella que se apaga. Sí compareció, en cambio, el terrorismo, pues así lo quiso el dúo de antiguos mandatarios. Al alimón, ellos solitos lo metieron en campaña. Y bien de lleno.

Los Rolling Stones de la progresía actuaron en tierras del Guadalquivir apenas unas horas después de que el CIS hubiese pronosticado un brutal desafinado de la banda el 20-N en Andalucía: 35 diputados para el PP y para el PSOE, jugando supuestamente en casa, 25. Histórico, monumental batacazo. Así que ayer tocaba insuflar ánimo a la parroquia, pincharla, levantarla a cualquier precio. Y a fe que en la empresa se vaciaron los músicos. Porque los viejos sociatas nunca mueren. Era verdad.

«Políticamente incorrecto»

Un Guerra enardecido, vehemente, que arrancó con las manos al cielo y terminó con la voz por los suelos, ronca, encandiló al público tratando un asunto que, al menos hasta el momento, se entendía tabú para estas fechas. «La derecha no soporta que haya derrotado a ETA un Gobierno socialista, por eso no habla [de ello]», espetó para enseguida, mirando hacia Rubalcaba desde el estrado, cual juez, sentenciar: «El que la ha perseguido, el que la ha acorralado está aquí en la primera fila y se llama Alfredo». «Ya sé que esto -reconoció- es políticamente incorrecto. Pero la verdad amarga, y quiero echarla de la boca». Y más que la echó. Tanto, que incluso tejió un manto de aviesa insinuación: a los populares les fastidió que el anuncio del cese definitivo de las acciones armadas se produjera a un mes de los comicios; hubiesen preferido demorarlo algo más en el tiempo, como poco, hasta despachada la cita con las urnas.

Minutos más tarde, la jugada que había empezado Zipi, Zape no dudó en rematarla. Así, sin titubeos. «Alfonso tiene razón... ¡Si hubieran podido retrasarlo un poquito..! ¿Y si lo hubieran intentado?», se preguntó González a caballo del enigma y la socarronería. «A mí -continuó hurgando en la herida- nunca se me ocurrió llamar movimiento de liberación nacional vasco a esa banda de criminales [como Aznar sí hizo] ni ofrecerle diálogo sin condiciones».

En ningún instante de su posterior intervención aludió a ETA el aspirante del PSOE a la Moncloa. Lejos de disgustarle, con todo, se deduce que la faena perpetrada por los maestros en realidad le había seducido. Que le había encantado escuchar loas a su práctica antiterrorista sin tener él que autoimponerse condecoraciones. De hecho, concluido el acto de Dos Hermanas y ya camino de Madrid, le dio por agarrar el móvil, acceder a su cuenta de Twitter y, personalmente, agradecer los favores prestados a Guerra y a Felipe.

Y eso que la conjunción ayer de estos últimos en Sevilla había terminado restando protagonismo al discurso que teóricamente era el clave: la doctrina del número uno. Los teloneros, sí, habían engullido a la estrella, la habían emparedado. «Es muy complicado cantar detrás de Camarón [...] y hoy me habéis puesto a los Beatles, son difíciles de superar», bajó los brazos Rubalcaba ante el show ajeno.