Cuando los golpistas entraron en el Congreso su objetivo era secuestrar la voz popular. La intención de quienes ayer rodearon el Parlamento era, al contrario, hacer que se escuchara el clamor de un sector importante de la sociedad. La diferencia es evidente, pero hay quienes no la quieren ver. Son los mismos que esconden su programa a los ciudadanos, hacen lo contrario de lo poco que dicen y, finalmente, ningunean al Parlamento aprobándolo todo por decreto, sin debate y sin explicaciones públicas. Un miedo al ejercicio de la democracia impropio en quien tiene que defenderla y en un momento en el que habría que aguijonear el espíritu crítico y el debate abierto. Protestar no es presionar. Y quien lo interpreta al revés es quizás porque prefiere no escuchar. Pero la libertad de expresión debe empezar por el respeto a las reglas y a las instituciones que nos representan a todos. La violencia deslegitima a quien la ejerce y debe ser rechazada, ya que es otra manifestación del miedo a la democracia. Aunque conviene no atribuir a la totalidad los excesos de una minoría.