No hay disimulo. La pieza a cobrar es Mariano Rajoy. A cualquier precio. Bárcenas se ocupó durante meses de las tareas de demolición de los cimientos del PP a base de filtraciones, insinuaciones y amenazas para salvarse él. Aznar apareció hace un mes en Antena 3 para reivindicarse, en una entrevista solicitada por él mismo, y le colocó unas banderillas de «fuego amigo» que Rajoy solo se sacudió el otro día en la escuela FAES alegando que «las valoraciones, a final de legislatura». Esperanza Aguirre pide a gritos que su partido de explicaciones públicas, olvidando que ella todavía no ha clarificado -o el PP de Madrid que ella preside o algunos amigos constructores- como consiguieron el «tamayazo», o la traición de dos diputados del PSOE que impidieron la investidura del socialista Rafael Simancas dando paso a su entronización como presidenta, tras repetir elecciones. Rosa Diez publicaba ayer un articulo titulado Moción de censura, último recurso para que el Gobierno se explique, decía, o para provocar elecciones anticipadas, más bien. Izquierda Unida, con unos líderes de Segunda B, se limita a subir en las encuestas con los votos que suelta el PSOE. Y el PSOE aprieta lo que puede aunque sabe que poco tiene que hacer y ya le vale con poner orden interno.
Multipliquen la acción de todos esos actores por la galvanización que le imprimen algunos medios, súmenle las torpezas del equipo del propio Rajoy y el resultado es la mayor cacería conocida del presidente en su año y medio de mandato. Con todo, nada que supere el injusto acoso a Suárez, o la conspiración mediática contra Felipe González reconocida años después por Ansón, o la presión contra Zapatero que él mismo favorecía con desatinos y frivolidades varias. Esta es la España leñera ocupada en derribar gobiernos, pero que no ofrece ni una idea seria para resolver la crisis económica o para recuperar la profunda brecha con Cataluña.
Escribimos hace dos semanas aquí que «Bárcenas no podrá con Rajoy» y una diputada popular nos remitió un mensaje: «¿Estás seguro?». Bárcenas, solo no, y mientras dure la mayoría absoluta popular, parlamentariamente no hay peligro. El mejor activo de defensa del presidente empieza por él mismo, por su capacidad de aguante y su serenidad pero el mayor riesgo está en su propio partido. Los partidos quieren ganar porque si no, se acaba el poder a repartir. El retroceso constante en las encuestas y el descrédito inquietan, por primera vez, a los dirigentes medios del PP.
Tras la derrota ante Zapatero en el 2008, Rajoy acudió al congreso de Valencia en medio de tanto ruido que se pensaba que no lo ganaría. Pronosticamos entonces que vencería por dos razones: por su capacidad de resistencia y porque es de Pontevedra. A saber, porque no confunde Madrid con España. Rajoy no se deja intimidar por la conspiración capitalina y se ampara en la España tranquila. La olla a presión de Madrid da ahora a Rajoy por malherido mientras que en el resto del país se le aprecia solo magullado, aunque con riesgo de complicaciones. No da el perfil de los que se arrugan o dimiten, cierto. Pero debe cerrar frentes en vez de acumularlos y no usar su mayoría absoluta para evitar el control parlamentario en el pleno extraordinario del Congreso previsto para la semana próxima. Que explique lo que deba y no rehúya la transparencia. Pero su dimisión, como pretenden los cazadores, nos llevaría al desgobierno. Nuevas elecciones ahora solo garantizan una fragmentación parlamentaria a la italiana. Mal asunto.
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