Un fuego cruzado difícil de apagar y al que Aznar echa más gasolina

G. B. Madrid / La Voz

ESPAÑA

16 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Mariano Rajoy lleva tiempo tratando de aplicar al problema de Cataluña su conocida técnica de no actuar nunca en caliente y no comprometerse nunca a nada hasta que no sea estrictamente necesario. Sin que Artur Mas haya dado ninguna señal de ello, parece convencido de que al final será posible apagar el incendio independentista mejorando la financiación de Cataluña, sin llegar siquiera a conceder un pacto fiscal propio, que es lo que reclamaba Mas antes de echarse al monte del soberanismo. Con esa meta, Rajoy trata de acercar posturas por la vía de eludir los ataques personales a Mas, o reducirlos al mínimo imprescindible, y por la de hacer pedagogía en Cataluña, para lo que ha previsto un completo programa que incluye un incremento notable de su presencia y la de muchos de sus ministros en esa comunidad en los próximos meses.

Otros en el Gobierno no lo tienen tan claro como Rajoy, empezando por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que se ha propuesto desde hace tiempo denunciar lo que considera falsedades contables por parte de la Generalitat a la hora de presentar su situación económica. Sabe que Mas siempre pedirá más, y por eso ha optado por poner muy bajo el listón de salida. No ha dudado en reducir en un 25 % la inversión del Estado en Cataluña para dejar así espacio para una negociación al alza en el trámite presupuestario, o en conceder a esa comunidad 1.700 millones menos de los que ha pedido al Fondo de Liquidez Autonómica (FLA). Hacienda prepara además unas balanzas fiscales diseñadas a la medida para tratar de presentar como falso el victimismo de Cataluña respecto a su desproporcionada aportación a la solidaridad.

La estrategia de la Generalitat es la contraria. Armarse de argumentos sobre supuestos agravios para, por una parte ganar adeptos a la causa del independentismo y, por otra, situarse bien para cuando empiece la subasta de la financiación autonómica con la revisión del modelo actual. El resultado es un incremento constante de la tensión entre Cataluña y el Estado.

Pero, por si tuviera pocas dificultades en su estrategia de acercamiento de posturas y de templar los discursos, Rajoy tiene el peor enemigo en casa. Tras un período de hibernación después de su velada amenaza de recuperar el liderazgo del PP, el expresidente del Gobierno José María Aznar reaparece ahora para atizar el fuego y enardecer a los que en el PP apuestan por entrar al choque directo con Cataluña sin dejar el mínimo espacio a la negociación con los nacionalistas. En esas circunstancias, Rajoy se encuentra aprisionado entre quienes desde Cataluña lo acusan de inmovilismo y quienes desde Madrid le reprochan el permanecer impasible ante la destrucción del Estado. Aunque tampoco hay que descartar que acabe aprovechando en su favor esa posición de supuesta centralidad.