Tiene razón Rajoy: un gobernante está en la obligación de dar respuesta a los problemas que se le plantean, aunque no le gusten. Y fue tal el arrebato de optimismo con el que compareció ante los periodistas, que en algunos momentos daba la impresión de que ya apenas quedan problemas. Pero los hay, por mucho que se empeñe en ignorar todo aquello que no le gusta, como la reforma del aborto, que evitó sistemáticamente. Unas veces omitiendo la respuesta, otras eludiéndola con argumentos tan pintorescos como que se trata ya de un tema parlamentario. Como si no fuera el presidente del PP, el partido que tiene la mayoría para decidir sobre las modificaciones a una reforma cuestionada hasta por un dirigente popular tan cualificado como Feijoo.
Intentar negar la realidad mirando para otro lado no hace desaparecer los problemas. Siguen ahí, y por como los plantee y solucione será juzgado. Es curioso que, pese a lo mucho que le criticó, acabe coincidiendo con Zapatero en reivindicar como su gran éxito político haber evitado el rescate de España. El orgullo de Rajoy, el gran cambio en la percepción exterior del país, es también su pecado. Y es que el precio pagado para satisfacer las exigencias externas ha sido la depauperación interior y el aumento de las desigualdades. Porque la ganancia de competitividad se hace vía devaluación salarial, no por la mejora en el capital humano, que es lo sostenible y provechoso para el futuro. Las reformas, ciertamente muchas necesarias, se han hecho al dictado de Bruselas. En su atención a las prescripciones externas, llegó al extremo de elogiar la reforma constitucional de hecho que suponen muchas políticas de la UE mientras la rechaza de plano en el interior. Es decir, en esto, como en otras decisiones de recortes de servicios públicos y de derechos, son cambios que burlan los controles democráticos y en los que la mayoría se pliega a los intereses de una minoría. Así se retrata.
Entramos en año electoral y se comprende que Rajoy intente vender algo de optimismo. Pero su triunfalismo resulta excesivo y para muchos puede ser hasta ofensivo. Porque solo le faltó brindar por la victoria en su segundo año triunfal. Y cuidado, porque son tantos los damnificados que al final puede quedarse compuesto y sin novia.