Un hombre que se creía intocable y basó su gestión en redes clientelares
07 dic 2014 . Actualizado a las 15:23 h.Carlos Fabra Carreras (Castellón de la Plana, 2 de agosto de 1945) es el último de los corruptos que han empezado a pagar con la cárcel los desmanes cometidos en una época, no muy lejana, en la que los políticos se consideraban intocables. Pero no es uno más. Habrá seguramente quien haya defraudado más dinero que él a Hacienda y quien haya malversado más fondos públicos. Pero ninguno ha representado mejor que Fabra, con sus actuaciones, sus palabras y sus gestos, una manera caciquil y clientelar de entender la política basada en el absoluto desprecio a la justicia y la democracia. Para entender quién es la persona que desde el pasado 1 de diciembre duerme en una celda de la prisión de Aranjuez (Madrid), hay que saber que Fabra presidió la Diputación Provincial de Castellón durante 16 años, desde 1995 hasta el 2011. Pero también que, antes que él, ocuparon ese mismo puesto su padre, su abuelo, su bisabuelo, los hermanos de su bisabuelo y su tío-tatarabuelo, en una auténtica dinastía política que se remonta dos siglos atrás, hasta 1874.
Después de una juventud de vividor, Fabra acabó ingresando en política, primero en UCD y luego en AP, hasta que en 1995 cumplió con la tradición familiar y se hizo con la presidencia de la Diputación de Castellón. Desde entonces, este hombre que oculta bajo sus eternas gafas negras un ojo de cristal que sustituye al que perdió cuando su hermano le clavó de pequeño unas tijeras, consiguió que nada se moviera en la provincia sin su autorización. Lo logró estableciendo una tupida red clientelar, sin dudar en enfrentarse cuando era necesario al propio Gobierno valenciano, del PP, y hasta a los Gobiernos centrales de Aznar y Rajoy, y despilfarrando dinero público en obras que dejaron a la diputación con una deuda de 140 millones de euros cuando dejó el cargo.
Desprecios
La política de Fabra fue siempre proteger a los suyos y despreciar a la oposición y a los medios de comunicación críticos. «Hijo de puta», «gentuza» y epítetos similares son algunas de las lindezas que dedicó en público a dirigentes rivales. Aunque el cénit de la ordinariez lo alcanzó diciendo que «los gais de Castellón votan al PP porque tienen puticlubes y somos sus mejores clientes».
Hombre acostumbrado al desprecio a la mujer, su caída en desgracia comenzó en el año 2003 precisamente por una mujer. El empresario Vicente Vilar, hasta entonces socio y amigo de Fabra y de su esposa, le denunció por supuestos delitos contra la salud pública y la propiedad industrial. Detrás de esa denuncia estaba el enfado de Vilar por el hecho de que Fabra no le apoyara cuando su mujer le denunció en 2003 por haberla violado tras amenazarla con una pistola, hechos por los que fue condenado a diez años de prisión en el 2006. Vilar denunció que Fabra le había cobrado «cantidades millonarias» por mediar ante el Gobierno para conseguir la legalización de productos fitosanitarios. Esa querella fue desestimada, pero dio pie a una actuación judicial por delitos contra la Administración Pública. El poder de Fabra y sus tácticas dilatorias consiguieron que esa investigación se prolongara durante diez años y que hasta ocho jueces distintos encargados del asunto fueran renunciando al juzgado al que le correspondía el caso. Pese a esta sórdida trama, el PP se hizo de nuevo en 2007 con la mayoría absoluta en la Diputación de Castellón. «El pueblo me ha absuelto», dijo entonces Fabra. Pero la justicia no hizo lo mismo. Finalmente, el juicio comenzó en el año 2013 por delitos de tráfico de influencias, cohecho y fraude fiscal por los que se pedían 13 años de cárcel. A pesar de que el PP no llegó a exigírselo, un Fabra acosado política y mediáticamente había renunciado ya en 2011 a sus cargos y solo conservaba la secretaría de la Cámara de Comercio de Castellón. A Vilar se le permitió asistir al juicio. Pero allí se retractó por sorpresa de todas sus acusaciones, lo que solo permitió condenar a Fabra a cuatro años de prisión por cuatro delitos contra la Hacienda Pública.
Aunque el político del PP presume ahora de no haber sido condenado por corrupción, el Gobierno le denegó el indulto aduciendo precisamente que nunca indulta a corruptos. Su táctica dilatoria ha jugado finalmente en su contra, porque si hace unos años el indulto a los políticos condenados estaba a la orden del día, hoy la crisis y la presión social contra los corruptos lo ha hecho casi imposible.
Fabra siempre pensó que la clave para seguir políticamente vivo estaba en que a uno le deban favores («El que gana las elecciones coloca a un sinfín de gente. Y toda esa gente es un voto cautivo. Supone mucho poder en un ayuntamiento, en una diputación, en todas partes..»). Por eso, apostó fuerte en el 2008 por un Mariano Rajoy en horas bajas. Muy poco después de aquello, y a pesar de estar imputado, Rajoy le definió en público como un «ciudadano ejemplar».
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