Pesetas de Franco

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

ESPAÑA

El franquismo se acabó sin duda el día en que, en un concurso de televisión, un niño, al preguntarle si sabía quién era Franco, respondió que era «un señor que antes salía en las pesetas»

21 nov 2015 . Actualizado a las 17:37 h.

A pesar de la efeméride de ayer, está claro que el franquismo no se acabó hace exactamente cuarenta años en aquel quirófano improvisado de El Pardo. Los historiadores ofrecen varias fechas alternativas pero yo creo que, lo que se dice acabarse de verdad, el franquismo se acabó sin duda el día en que, en un concurso de televisión, un niño, al preguntarle si sabía quién era Franco, respondió que era «un señor que antes salía en las pesetas».

Arqueólogo arrepentido, pienso a menudo en mis colegas del futuro y en cómo verán ellos la historia contemporánea una vez que se haya reciclado en historia antigua. Creo, por ejemplo, que se podría hacer la narración del franquismo únicamente a través de esas pesetas de Franco. Un arqueólogo experto podría, con un poco de suerte, reconstruir la peripecia y la esencia del régimen a través de la numismática. Estudiando la composición del níquel y las marcas de la ceca de las primeras monedas que emitió el Gobierno de Franco, el arqueólogo se daría cuenta de que fueron acuñadas en la Alemania nazi y sacaría sus conclusiones. Como en el mismo estrato se encontraría una abundancia desusada de huesos, no le cabría tampoco ninguna duda acerca de la naturaleza de aquel régimen. También se daría cuenta de lo larga que fue posguerra que siguió. Le bastaría para esto con observar la sustitución del níquel por aleaciones más baratas de aluminio.

Igualmente, el investigador podría ponerle una fecha precisa al bum del desarrollo económico español en la década de 1960 simplemente midiendo el contenido en plata de las monedas de cien pesetas de 1966 (15,2 gramos). El paquillo, como se lo llamó popularmente, lo dice todo de aquella época: era un lujo de nuevo rico, una señal de prosperidad y un capricho anacrónico -los demás países empezaban a abandonar la acuñación en plata justo entonces-. También era un espejismo: aunque se llegaron a acuñar millones de piezas, apenas se distribuyeron. Quedaron en pocas manos, y quienes eran listos y tenían buenos contactos ganaron mucho especulando con ellas. Un rastreo exhaustivo de esa moneda permitiría a los arqueólogos del futuro incluso determinar la geografía de las clases sociales y el grado de cercanía al poder con una precisión casi milimétrica.

Se discute mucho estos días sobre el final del franquismo y la democracia, y el grado de continuidad y ruptura que hubo entre los dos. Cada uno tiene sus argumentos atendibles. Pero el arqueólogo del futuro que lo reconstruya todo a partir de monedas guardadas en un museo, cuando ya el tiempo haya hecho su simplificación, se limitará a constatar fríamente que las piezas con la efigie de Franco siguieron siendo de curso legal durante años, incluso décadas. Certificará que en los yacimientos aparecen junto a las monedas con la efigie de Juan Carlos I, el uno mirando a la derecha y el otro hacia la izquierda -o mejor dicho, mirando para otro lado-. Los expertos no podrán por menos que observar la lenta transición entre los diseños, cómo algunos símbolos franquistas perviven en las nuevas acuñaciones de la democracia, y cómo la desaparición de las viejas monedas es en realidad gradual y solo se completa casi cuando la propia peseta se eclipsa para dar paso al euro. No es posible anticipar cuál será el juicio definitivo sobre la cuestión, pero una cosa quedará clara para los expertos: que, por alguna razón, muchos años después de la muerte del dictador, todavía llevábamos su efigie haciendo un molesto tintineo en el bolsillo.