La comparecencia de Mas muestra su doble lenguaje y las contradicciones entre lo que dice y lo que hace
06 ene 2016 . Actualizado a las 10:30 h.Artur Mas ha vuelto a dejar claro que no abandona, aunque eso suponga la convocatoria de nuevas elecciones, las cuartas en solo cinco años. En la rueda de prensa que el presidente en funciones de la Generalitat ofreció ayer volvieron a quedar de manifiesto su doble lenguaje y las contradicciones de un discurso autocomplaciente en el que echó todas las culpas a la «mitad de la CUP».
La presidencia
Lo único importante. Mas aseguró que el «quién no es lo importante», es decir, el político que ocupe la presidencia de la Generalitat. La realidad es que ha demostrado, hasta el final, que para él eso es precisamente lo único importante. Ayer admitió que en todo lo demás, en «el qué, el cómo, el cuándo y el por qué» el acuerdo con la CUP era posible, lo que quiere decir que el obstáculo para que se inicie la legislatura es que se empeña en ser presidente por encima del llamado procés de independencia.
Negociaciones
Claro que ha habido subasta. Para justificar esta evidente contradicción entre sus palabras y la realidad señaló que «la presidencia de la Generalitat no puede ser una subasta de pescado, por dignidad no se puede ceder más». Eso es precisamente en lo que la ha convertido durante las negociaciones con la formación antisistema. Ha ido cediendo a todas sus exigencias, se ha humillado, incluso aceptó devaluar la presidencia de la Generalitat, menos en la que nunca ha estado dispuesto a transigir, dar un paso al lado y permitir la investidura de otros dirigentes, como Raül Romeva, Oriol Junqueras o la propia Neus Munté, de su partido.
El 27S
El mandato de las urnas fue no a la independencia. Responsabilizó a la CUP de haber impedido que se lleve a cabo el mandato de los catalanes en las urnas el 27S, en referencia a la ruptura con España. La voluntad de la mayoría de los votantes fue, sin embargo, la opuesta a la que dice. Fueron Mas y sus aliados quienes convirtieron las elecciones autonómicas en un plebiscito sobre la independencia; y los plebiscitos se ganan cuando se consiguen al menos más de la mitad de los sufragios. No fue así. Los partidarios del sí a la secesión se quedaron en un 47,8 %, insuficiente para ganarlo.
Exclusión
Fractura de la sociedad catalana. Mas recriminó a la CUP que el proceso para convertir Cataluña en un Estado independiente se ha de hacer «sumando, no restando; incluyendo, no excluyendo; y votando, no vetando». Pero él no ha hecho otra cosa que fracturar en dos a la sociedad catalana y seguir adelante con sus planes independentistas sabiendo que esa vía es completamente ilegal. La exclusión de algo más de la mitad de los catalanes es el fundamento mismo del proceso secesionista.
Ninguna autocrítica
El error es de los demás. Mas utilizó una de sus habituales argucias para admitir un error al tiempo que endosó la responsabilidad a otro. Aseguró que el único que ha cometido había sido confiar, tanto él como Junts pel Sí, en el «sentido de país de la CUP». Es decir, ni una sola autocrítica, después de embarcar a Cataluña y al resto de España en un insensato plan de muy difícil retorno que, además, ni siquiera ha podido iniciar como presidente por falta de respaldo parlamentario. En el camino ha dinamitado a su propio partido CDC, que de 62 escaños en el 2010 ha pasado a 30 de los 62 que obtuvo Junts pel Sí y que, sumido en la corrupción, se ve obligado a refundarse.
República catalana
El país que defiende Mas. Al echar en cara a la CUP su falta de «sentido de país» muestra a la claras cuál es el que defiende él, una Cataluña en la que una minoría se imponga sobre una mayoría. Para Mas, el único modelo posible de país es una república catalana, en la que él sea el presidente.
Política social
De gran recortador a defensor de los débiles. Durante su mandato Mas ha llevado a cabo drásticos recortes en sanidad, educación y servicios sociales de forma implacable, mientras aumentaba el presupuesto dedicado a la propaganda soberanista. Ahora el portador de esas grandes tijeras se presenta como defensor de los desfavorecidos, dispuesto a implementar el plan de choque social pactado con la CUP, aunque en la medida que lo permita el presupuesto. En realidad, aceptó ese plan, valorado en 270 millones de euros, que le impuso la formación antisistema porque era una condición sine qua non para apoyar su investidura como presidente.
Hizo todas las concesiones posibles a la CUP menos entregarle su cabeza política
Artur Mas está desesperado. Ni en sus peores pesadillas podía imaginar que unos cuantos votos de un partido antisistema iban a impedir, salvo sorpresa de última hora, que fuera el presidente de Cataluña que diera inicio a la ruptura con España. Le ha ofrecido todo a la CUP, menos, claro está, su propia cabeza política. Él mismo lo dijo ayer: aceptar una estructura de presidencia fuera del funcionamiento habitual, que sería más compartida y, por tanto, devaluada; aceptar una moción de confianza a los 10 meses de legislatura, con la que se podía derribar el Gobierno; y hasta un plan de choque social después de haber protagonizado brutales recortes sin la menor sensibilidad durante su mandato. Porque está convencido de que el proceso se hará con él o no se hará. «A los que aplican el veto, les decimos que no, porque si aceptamos, el proceso se hunde». O dicho de otro modo, el proceso soy yo.
Último llamamiento
Ayer hizo un postrero y dramático llamamiento a la CUP para que rectifique y le invista antes de la fecha límite del 10 de enero, buscando in extremis una fractura en su grupo parlamentario. Se parapetó tras el dimitido líder de los anticapitalistas, Antonio Baños, para afear su conducta a la mitad de la CUP que le niega seguir siendo presidente. Ahora parece haberse dado cuenta de que el partido con el que quería pactar a toda costa está formado por «hiperrevolucionarios» de «superizquierdas» que, además, toman sus decisiones de forma asamblearia. Son los mismos con lo que pretendía construir una república catalana independiente.