La dirigente sevillana y su equipo estuvieron tan convencidos de la victoria que ni formaron un equipo de campaña para coordinar los actos, unificar los mensajes y presentar un programa
23 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Pedro Sánchez comenzó a ganar las primarias el mismo día que Susana Díaz empezó a perderlas. El 19 de abril, la Guardia Civil detuvo al expresidente de Madrid Ignacio González por corrupción y confirmó a ojos de muchos socialistas indecisos que abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy fue un error. Los socialistas, con su abstención, habían permitido que gobernara un partido que había vuelto a demostrar que era «tóxico e infame», en palabras de la propia presidenta andaluza. Todo un espaldarazo a las tesis de Sánchez.
Pero, además, la campaña de Sánchez fue la más acertada, y así lo han reconocido sus adversarios. Se tomó las primarias como si de unas elecciones generales se tratara. Formó con dirigentes poco conocidos un equipo de campaña que ha demostrado ser eficaz y presentó un programa que permitía atisbar un proyecto. El candidato no paró: desde finales de enero hasta el pasado domingo protagonizó más de 60 actos. No así Susana Díaz, porque entre que comenzó más tarde, lo hizo a finales de marzo, y tuvo que compatibilizar el papel de candidata con el de presidenta de Andalucía, su contacto con los afiliados ha sido más reducido.
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La dirigente sevillana, y su equipo, estuvieron tan convencidos de la victoria que ni formaron un equipo de campaña para coordinar los actos, unificar los mensajes y presentar un programa. Pensaron que el aval de los barones más conocidos, la influencia de los aparatos provinciales y, sobre todo, el peso en el censo de afiliados de la federación andaluza sería suficiente para ganar. Tan claro lo tenía que no se preocupó por elaborar un discurso y tiró de tópicos más o menos emotivos que apuntaban a la fibra del militante, pero que dieron lugar a unas intervenciones vacuas.
Sánchez, por el contrario, se empeñó en demostrar que el PSOE con él volvería a ser el partido de la izquierda sin ningún tipo de complicidad con el PP: «aquí está la izquierda», fue su lema, y recuperó el canto de La internacional puño en alto. Arrumbó el «no es no» por el más positivo «sí es sí». Se presentó como el exlíder descabalgado por una conspiración palaciega y sin padrinos que lo tutelasen. Pero, sobre todo, fue a por todas porque no tenía «nada que perder».