Cataluña se despertó con la pesadilla de una declaración unilateral de independencia, almorzó con las perspectiva de votar el 20 de diciembre y llegó a la merienda sin cita con las urnas
26 oct 2017 . Actualizado a las 18:54 h.Jornada de virajes políticos en Cataluña con el presidente Carles Puigdemont en el centro de la polémica. Cataluña y España se despertaron asustados por la pesadilla de la Declaración Unilateral de Independencia. Y el escenario pareció peor cuando el Senado anunció, a las diez de la mañana, que no había recibido alegaciones por parte de la Generalitat a la aplicación del 155. Pocos minutos después, fuera de plazo, llegó un burofax con una carta del propio Puigdemont al presidente de la Cámara Alta, Pío García Escudero.
Poco después de las once de la mañana llegó la sorpresa. Puigdemont, que había vuelto a reunirse con sus consellers, comunicó al grupo parlamentario de JxSí, que estaba dispuesto a convocar elecciones, lo que implicaba renunciar a la declaración de independencia esta semana en el Parlament.
Al término de la reunión, el PDeCAT, ERC y Demòcrates (formaciones integradas en la coalición de JxSí) anunciaron reuniones de sus direcciones. Y empezó a formarse un gran alboroto a medida que trascendía la noticia.
El enojo con la decisión de convocar elecciones era visible en las caras de muchos diputados de ERC, como Marta Rovira, que ha abandonado el Palau llorando, mientras el portavoz adjunto de los republicanos en el Congreso, Gabriel Rufián, lanzaba desde Twitter un severo reproche a Puigdemont, insinuando que había vendido la declaración de independencia por «155 monedas de plata».
En ese momento Puigdemont se convirtió en «traidor» para muchos independentistas, que manifestaron en las redes su indignación. También varios diputados de su partido, el PDECat, anunciaron su dimisión. Fue en ese clima cargado de tensión que el president anunció una declaración institucional para las 13.30. No llegó a producirse. Primero llegó el anuncio de un aplazamiento hasta las 14.30. Después otro de su cancelación sine die.
El bandazo cubrió con una sombra de incerteza la llamada a las urnas. Y fue acompañado de presiones por parte de la dirección de ERC y otros actores de primer nivel secesionista. Y culminó en otro giro brusco de timón a las cinco de la tarde, cuando por fin compareció Puigdemont y descartó las elecciones (y la posibilidad de que todos los catalanes -independentistas o no- votaran en urnas con garantías) con el argumento de que no había obtenido las suficientes garantías del Gobierno central con respecto a la paralización de la aplicación del artículo 155.