El robo de toneladas de hachís entre narcos deriva en una guerra en las calles de Algeciras

ESPAÑA

JAVIER ROMERO

Pilotos y clanes gallegos se desplazan al sur para transportar alijos y negociar envíos

26 mar 2021 . Actualizado a las 00:03 h.

El narcotráfico es igual que un globo: si se aprieta por aquí, sale por allí. Y en Algeciras, por mucho que se oprima, el globo no para de crecer. La guerra por tierra, mar y aire es abierta entre buenos y malos. Incluso con armas. Organizaciones de Marruecos y Sudamérica violan la costa española a diario, en alianza con sus socios, oriundos o foráneos, en el sur de Cádiz, mediante sofisticadas planeadoras cargadas de hachís (145.372 kilos decomisados en el 2017) y contenedores preñados de cocaína (11.785) que llegan diariamente al puerto de la ciudad, el primero de Europa y del Mediterráneo y el cuarto del mundo (4,8 millones de contenedores en el 2017). El big bang de esta multinacional del crimen en la bahía de Algeciras (40 % de paro global y 63 % juvenil) se gestó, igual que en Galicia, con el estraperlo de mercancías desde Gibraltar y África y de los barcos que soltaban lastre a su paso por el Estrecho. El lucrativo contrabando de tabaco precedió, en los noventa y siguiendo la estela gallega, a la importación masiva de alijos de hachís. Y es que la resina se hace y vende a 13 kilómetros, en Marruecos, primer productor mundial.

Para dimensionar el calado del problema, y usando como referencia la enquistada casuística gallega, basta con presuponer qué pasaría si la costa atlántica colombiana y venezolana estuviera a 13 kilómetros de Fisterra. Y no a 7.700, que es la distancia real. En Algeciras, a diferencia de Galicia, la proliferación de armas de fuego llegó para quedarse, igual que las organizaciones cada vez más precoces dispuestas a todo para comerse una parte de este gran pastel de chocolate.

La conexión gallega vuelve a darse con la presencia de pilotos de planeadoras (especializados en coca) que se desplazan al sur ahuyentados por la presión policial de aquí, se alojan en Algeciras, hacen el trabajo y regresan a su tierra. Lo mismo ocurre con la llegada de coca por el puerto. No son pocas las citas que se vigilan allí con narcos de aquí (Sito Miñanco entre otros) desplazados para cerrar en persona el siguiente envío.

«Hace dos años que la escalada de violencia es un hecho. Pero no por nosotros -expone un mando policial-, por los robos de alijos. Esto es un coladero de droga y mucha se almacena en las guarderías [argot autóctono para referirse a naves, pisos o casas con este cometido]. Existen otras organizaciones, más peligrosas, que en robar esa mercancía y al enfrentarse usan armas de fuego».

Sustracción de uniformes

«Pero eso no es todo -añade otro mando policial-, el verdadero problema es que los ladrones visten ropa de la Guardia Civil y la Policía Nacional para crear confusión. Por eso, cuando perseguimos un alijo, estos no saben si somos nosotros u otros que quieren robarles. Y disparan, como ya pasó varias veces. Mira hasta qué punto llegamos que colocan sirenas luminosas como las nuestras en la parte alta de sus coches para ampliar el desconcierto».

«Otro gran problema es la falta de medios -añade un tercer mando policial-. En el año 2012 eran tres los Grupos de Respuesta Especial para el Crimen Organizado (Greco) en Cádiz con 30 agentes. Ahora, en el peor momento por la violencia, somos un solo grupo con 12 compañeros. Y se supone que este grupo Greco es el que tiene que llevar las investigaciones de más calado. Pues se quedará en eso, en una mera suposición. Ellos, los malos, son muchos más y nos tienen controlados. Usan la tecnología más avanzada y tienen el respaldo de parte de la población».

Algeciras y su bahía pertenecen a la comarca del Campo de Gibraltar (263.739 vecinos). Unas 600 familias, que suman 3.000 personas, están implicadas directa o indirectamente. Cualquiera puede ser un chivato de los narcos; el jubilado que pasea, los niños aparentemente inocentes que manejan teléfonos de 1.200 euros, un trabajador de la limpieza en el puesto de la Guardia Civil. Las fuerzas del orden lo saben, incluso confiesan que no ponen la mano en el fuego por nadie, ni siquiera por compañeros o autoridades judiciales.

«En Algeciras no se funciona igual que en Galicia, con clanes piramidales. Aquí están las collas, pequeños grupos de vigilancia con su propio jefe cada uno. Dichos jefes están en contacto con lo que llaman centros de coordinación operativa, con una persona al frente que está en contacto con todas las collas a través de teléfonos satelitales o encriptados. Ese coordinador es el que da luz verde a la entrada de las lanchas por la zona que esté liberada en cada momento. Tampoco se compra el hachís, se ofrece la logística (sí se cobra en mercancía) poniendo en contacto al comprador europeo o español con el vendedor marroquí».

«Gomas» de las Rías Baixas

El mercado de lanchas es otro gran negocio colateral. Solo la semana pasada se requisaron siete. Vigilancia Aduanera y Policía Nacional aseguran que llegan, desde hace años, de astilleros de las Rías Baixas. Luego el patrón para coronar los alijos no varía.

«Compran las gomas -palabra local para referirse a las planeadoras, exponen en Vigilancia Aduanera- en astilleros medio clandestinos y las tunean. Los motores llegan de China o Tailandia de manera ilegal para no pagar impuestos. Luego se necesitan un piloto (30.000 euros por descarga) y un copiloto (15.000). Salen de aquí, cargan en marruecos, vienen y se apoyan en las collas para intentar encontrar un fallo en nuestro dique de defensa. Pero qué haces si lanzan siete planeadoras a la vez y la avanzadilla es un señuelo ¿Acaso hay personal y legislación para frenar el problema?».

La respuesta, da igual donde se pregunte, es negativa. Pero no tanto por las personas que participan directamente en los alijos. Mucho más por el respaldo social y el cobijo de barriadas enteras que todo lo ven y escuchan, que se lucran y que intentan hacer invisible una realidad que deja secuelas demasiado evidentes.