El expresidente del Gobierno ha sorprendido a muchos volviendo a su plaza de registrador en Santa Pola, pero, simplemente, ha sido fiel a su palabra. Y «la vida continúa»
20 jun 2018 . Actualizado a las 11:49 h.Hace un mes nadie se imaginaba a Mariano Rajoy fuera de la política y en una oficina del registro de la propiedad. Era el presidente del Gobierno y el líder todopoderoso del PP. Estaba a punto de lograr la aprobación de los Presupuestos que iban a alargar el horizonte de la legislatura, pero pasó lo que pasó.
La sentencia de la Gürtel y la moción de censura de Pedro Sánchez provocaron un terremoto y situaron al pontevedrés ante una de las situaciones que peor suelen llevar los hombres de Estado, saber decir adiós a la vida pública. Pero Rajoy, que siempre dijo de sí mismo que era una persona «previsible», ha hecho lo que muy pocos. Se ha echado a un lado, ha renunciado a dirigir la sucesión en un partido que controlaba totalmente y ha recuperado la vida de una persona normal, esa que aparcó hace más de treinta años. Cuando la historia juzgue su carrera, en el balance de virtudes y defectos debería pesar su forma de decir adiós.
Con su abandono de la política, el gallego impasible ha vuelto a sorprender. En su biografía siempre contrastaban dos hitos. Su larga trayectoria política -que empezó muy joven, en 1981 en las entonces turbulentas aguas autonómicas gallegas- y el hecho de que hubiera sido un opositor de éxito a muy temprana edad. Sacó la plaza de registrador de la propiedad a los 24 años. Y ha vuelto para ejercer su profesión a los 63. Con su regreso cumple una vieja promesa, reiterada a lo largo de los años y que ya sonó con fuerza en el 2004, cuando perdió las elecciones marcadas por la gestión de Aznar del atentado del 11-M: «Si pierdo, no pasa nada. Me vuelvo a mi plaza de registrador de la propiedad en Santa Pola y a seguir», dijo entonces. Catorce años después, ha cumplido.
Rajoy fue concejal, conselleiro, diputado durante 32 años, ministro y presidente. Tiene derecho a un estatus especial como ex jefe de Gobierno: coche con chófer, oficina, dos empleados, trato protocolario especial, pensión, pero no se ha encastillado en esos privilegios y se ha ido a Santa Pola. De momento, como hizo en su anterior etapa allí -apenas dos años-, vivirá en un hotel, pero está allí para quedarse. Y dicen quiénes le conocen bien que disfrutará de su trabajo y de la vida sencilla que podría llevar en la localidad alicantina, por la que ya ha dado el primero de sus icónicos paseos matutinos.
¿Por cuánto tiempo ejercerá la profesión? Solo él y sus más próximos lo saben. Pero como mucho serán siete años. El umbral de jubilación forzosa de un registrador está en los 70. Y, como dice el propio Rajoy, «la vida continúa». Palabra del superviviente político eterno que supo convertirse en un hombre «normal».