Los vecinos del pequeño pueblo gerundense se debaten todavía entre las ganas de olvidar y la conmoción al saber que los yihadistas eran jóvenes perfectamente integrados en la localidad
15 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.En el corazón de Ripoll, a solo unos pasos de la plaza del ayuntamiento, está El Carrer Perdut (La Calle Perdida). Una placa explica que el nombre de ese callejón se debe a que en 1651 fue tapiado durante un buen período de tiempo por ser el foco de una plaga de peste que amenazó el municipio. Casi cuatro siglos después, Ripoll se enfrenta a otra maldición que, esta vez, sus vecinos no podrán exorcizar con muros de piedra. El estigma de ser la cuna de los ocho terroristas del 17A se respira en cada rincón de este pueblo de poco más de 10.000 habitantes, puerta de entrada de los Pirineos y que está a solo una hora y cuarto de viaje de las Ramblas barcelonesas donde el ripollés Younes Abouyaaqoub lanzó su furgoneta contra la multitud.
La décima parte de los empadronados no son europeos. Entre ellos, 600 personas provenientes de Marruecos, país de origen de los terroristas. Aquí es casi tan fácil ver un hiyab o una chilaba como un lazo amarillo. Aquí tampoco es difícil escuchar a magrebíes o a sudamericanos defenderse en catalán. Es un pueblo rico, industrial y con una tasa de paro que no supera el 8 %. Las grandes fábricas de ventiladores, de plásticos, de alimentación prosperan por doquier en esta comarca. Quizás por ello los padres de los terroristas la eligieron para instalarse. Quizás por ello, es todavía más inexplicable para los vecinos que esos jóvenes -con trabajo, con oportunidades de estudiar y con recursos que no tienen muchos otros hijos de inmigrados en España- se lanzaran a una yihad que suele enraizar entre los sectores marginados.
Pero en Ripoll no hay guetos. «Eso es lo más increíble. El Younes no es que fuera un buen estudiante, pero era muy responsable y se había convertido en un buen soldador y movía pasta; hablaba mejor catalán que yo», confiesa uno de sus excompañeros del instituto Abat Oliba, quien recuerda que al terrorista le interesaba la política y que le apasionaban los coches. Su hermano menor, Houssaine -muerto en el tiroteo de Cambrils- era todavía más popular en el pueblo. «Era un juergas y te lo podías encontrar de madrugada sin problema», explica este joven. «¡Es que todavía no me puedo creer lo que hicieron! ¡De aquí, de Ripoll, de toda la vida! ¡Es como una traición! ¡Nos han lanzado una maldición!», se queja amargamente el excompañero de Abouyaaqoub.
Enfrente del edificio de Cercanías está la cafetería Esperanza, centro neurálgico de la población marroquí de Ripoll. «No, nada de fotos. No queremos hablar. Eso que pasó... No eran musulmanes. ¡Marchaos! Queremos vivir en paz. No tenemos nada que ver. Queremos olvidar», espetan cinco marroquíes que juegan a las cartas en el local, en el que no hay ningún otro cliente.
Olvidar o no. Ese parece el dilema en Ripoll. «La gente quiere pasar página, pero tampoco podemos olvidar lo que pasó. Claro que seguimos hablando de ello en el pueblo», apunta Pablo Rodríguez, camarero del bar El Punt, un local que no dista más de 500 metros de la cafetería Esperanza y de la sede de la Comunidad Islámica de Annour de Ripoll, una de las dos mezquitas del pueblo en las que el Abdelbaki Es Satty, el imán de los atentados, impartió sus prédicas yihadistas y en las que, según los servicios policiales, captó a buena parte de los terroristas.
«Es Satty era mierda»
Ese centro no es más que un bajo. No hay un solo cartel que indique que se trata de un lugar de culto. El nido donde se gestaron los atentados parece un anodino local comercial en desuso, en una calle de lo más normal (tirando a fea), si no fuera porque solo a unos metros se erigen (como una suerte de oasis) algunos preciosos edificios modernistas como la Casa Bonada, que, según rezan los carteles, fue erigida en 1921 por un discípulo de Antonio Gaudí.
A las puertas de la cercana mezquita, el sustituto de Es Satty al frente de la comunidad se preparara para el rezo de las 14 horas. Las palabras se atropellan en la boca del tetuaní Mohamed el Onsre, llegado desde Rosas un mes después de los atentados para hacerse cargo de una «comunidad rota» y conmocionada tras el 17A. «Es Satty era mierda. Sus enseñanzas eran mentira. El islam es el camino recto. Nada de muertos. El islam es paz. Aquí, ahora, todo está bien. Los musulmanes de Ripoll son gente de paz. Quieren olvidar y seguir adelante». De nuevo la misma palabra, «olvidar».
El clérigo, que reconoce que ha sido interrogado varias veces por todo tipo de cuerpos policiales, recita sus argumentos aprendidos de memoria como los versículos de Corán, libro sagrado, que, asevera, conoce de memoria y que es su gran (y único) mérito para convertirse en imán, oficio que solo ejerció con 26 años en su Marruecos natal. «Las familias de los terroristas todavía no lo han superado», confiesa El Onsre. El imán, que nunca conoció a Es Satty, sabe de lo que habla. Desde que llegó se ha dedicado a coser una comunidad en shock. De hecho, él ha sido el que ha llevado de vuelta a la mezquita a El Guazy Hichami y a Omar Abouyaaqoub, padres de cuatro de los ocho terroristas. «Los musulmanes de Ripoll queremos mirar hacia adelante», zanja.
«No superaremos el duelo hasta saber por qué nadie nos avisó del diablo del imán»
M. S. P.
Jordi Munell i Garcia (Ripoll, 1965) tiene una obsesión que se llama Abdelbaki Es Satty, el imán que convirtió a ocho jóvenes marroquíes de su pueblo «perfectamente integrados» en los terroristas de las Ramblas y Cambrils.
-¿Cómo vivió Ripoll el 17A al conocer que los terroristas eran vecinos del pueblo?
-Fue un shock. Una mezcla de sensaciones muy diversas. Pasamos primero de la incredulidad, la sorpresa y el estupor a la indignación y a la rabia. Fue una verdadera sorpresa saber que los autores de aquella barbaridad eran chicos de nuestro propio pueblo. Nadie podía ni siquiera imaginarlo.
-¿Los terroristas nunca dieron señales de su radicalismo?
-Nunca. Y eso que eran muy conocidos. Ripoll es un pueblo pequeño. Eran conocidos en diversos entornos porque había algunos que trabajaban en empresas de aquí y casi todos habían participado en actividades del pueblo. Habían estudiado aquí, habían hecho escalada con los vecinos, jugado al fútbol, iban a la biblioteca, estuvieron inscritos en la Casa de Oficios. Aparentemente los terroristas eran unos chavales perfectamente integrados en Ripoll.
-¿Se ha estigmatizado a la población musulmana del pueblo?
-Era un riesgo que se corría, pero yo creo que no. La convivencia no ha cambiado. A los pocos días de los atentados fue el inicio de la escuela y aquello fue la prueba de fuego. Había escuelas con familiares directos de los terroristas y las clases se desarrollaron con total normalidad. La gente supo distinguir entre los terroristas y sus familiares. La sociedad de Ripoll fue muy madura. No hubo brotes de xenofobia.
-Los terroristas no eran jóvenes marginales de Ripoll.
-Fue un proceso de sectarización. Hubo un elemento clave, sin duda, que fue el imán, que fue capaz de captar a unos individuos con alguna falta de sentimiento de pertenencia o en su psique. Hemos visto incluso en Hollywood cómo gente con dinero y famosa también cae en las garras de las sectas. Creo de verdad que la clave fue la capacidad de absorción psicológica del imán. Abdelbaki Es Satty captó primero a los cuatro chicos mayores, que a la vez arrastraron a los cuatro hermanos menores. Es un caso, por lo que sé, que rompe moldes. El caso de Ripoll quizás sea motivo de estudio.
-¿Por qué cree que el caso de Ripoll es tan singular?
-Porque los terroristas estaban plenamente integrados en la vida del pueblo. Es increíble que trabajadores y estudiantes cayeran en esta trama. Y todo por el imán.
-Insiste usted en Es Satty.
-Es que es el centro de todo. No superaremos el duelo hasta saber cómo el diablo del imán pudo instalarse en nuestro pueblo sin que nadie nos lo advirtiera. Insisto, Ripoll no podrá completar el duelo sin tener toda la información de que lo que pasó aquí. Y lo que pasó aquí fue culpa del imán. Hemos pedido ser parte en el sumario, petición que se nos ha negado. Necesitamos saber por qué ese figura diabólica estaba en el pueblo; necesitamos saber por qué nadie nos avisó de la presencia de Es Satty, poniendo a Ripoll en el centro de la diana.