Los operativos todavía buscan a un niño desaparecido durante el aluvión
11 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Los que lo vivieron solo encuentran una palabra para describirlo: apocalipsis. El fin del mundo comenzó a llegar al noreste de Mallorca con las últimas horas de luz del martes en forma de un diluvio con una cantidad de agua superior, en algunos lugares, a los 300 litros por metro cuadrado en solo unas horas. Un volumen de precipitaciones inimaginable. Fue un tremendo aguacero imposible de absorber por el terreno que se cebó con saña en la comarca del Levante de la isla (a 60 kilómetros de Palma), en la que las ramblas secas y las montañas pusieron el escenario idóneo para la devastación y la muerte.
A pesar de la tormenta perfecta que se había desatado por sorpresa a las 18.00 horas (el aviso meteorológico pasó de amarillo a naranja en poco tiempo), ningún vecino del triángulo maldito formado por los municipios de Sant Llorenç des Cardassar, Artà y S’Illot pensó que lo peor estaba todavía por llegar con la caída de la noche y la madrugada. Incluso cuando el aguacero parecía remitir. Fue entonces, pasadas las 20 horas, cuando los torrentes secos que rasgan toda la zona se convirtieron en cuestión de minutos en avenidas de agua nunca antes vistas. En «verdaderos tsunamis» que llegaron de improviso, en palabras de los testigos. Avalanchas de barro -porque fueron varias- que a su paso acabaron con la vida de diez vecinos, seis hombres y cuatro mujeres. Tres de ellos extranjeros. El balance es provisional porque todavía se busca a un niño de 5 años, cuya madre, que salvó a otra hija de 8, se cuenta entre las víctimas mortales.
Vehículos mortales
Algunos fallecieron atrapados en los coches (como la madre de los pequeños o una pareja británica y su taxista), otros en los bajos de sus casas, otros cuando intentaban escapar nadando de los aludes de lodo y agua.
Casi todas las víctimas perecieron en la zona cero, el pueblo de Sant Llorenç y sus inmediaciones. La ubicación de este municipio, de apenas 8.000 habitantes, está en el centro de la furia de la avenida de agua y lodo. El pueblo está construido justo en la confluencia de dos torrenteras que desembocan, en pleno casco urbano (y después de alguna modificación hecha por la mano del hombre), en una tercera rambla. Este torrente, convertido durante horas en un río salvaje desbordado, fue la tumba de casi todas las víctimas, y eso que su cauce estaba bastante limpio en previsión de lluvias copiosas. A lo largo de sus más de 11 kilómetros, el torrente engulló literalmente todo.
Las aguas del Ses Planes, ayudadas por un descenso de 80 metros, se volvieron especialmente virulentas. Casi aguas bravas. Su cauce habitual, de apenas dos o tres metros, llegó en algunos puntos a más de un centenar de metros. En el pueblo, las olas de fango arrasaron la gran mayoría de las casas, reventando literalmente muros de varios centímetros y haciendo saltar las puertas, para dar vía libre a que la corriente arrastrara todo tipo de enseres. La mayoría de los vecinos del pueblo lograron ponerse a salvo subiendo a los pisos altos de las viviendas, incluso escalando hasta los tejados y árboles cercanos.
Con la llegada del día, la envergadura del desastre se hizo evidente. La comarca había sido devastada por el lodo y era casi inaccesible, con once carreteras afectadas. Los daños materiales, incalculables, tanto en domicilios como en campos o vehículos. Más de 200 personas, según las primeras estimaciones, lo han perdido todo o casi todo.
Después de una noche de espanto en la que solo los guardias civiles y algunos bomberos pudieron llegar a las zonas más afectadas, ayer la ayuda llegó a raudales. Cerca de un millar de personas (630 funcionarios y 400 voluntarios) trabajaron a destajo en la búsqueda de los desaparecidos, en la limpieza y en la reapertura de las vías, en la puesta en marcha de servicios esenciales y en la asistencia de los afectados. Efectivos del Ejército, la Guardia Civil y la Policía Nacional, bomberos, policías locales, miembros de Protección Civil y voluntarios participan en el operativo.
«Llevo nueve años aquí y jamás viví algo tan impactante»
El agente asturiano Sergio Mantas y su compañera, Nora, salieron desde el cuartel de Pollensa, a unos 57 kilómetros, y cuando llegaron a la zona afectada por las fuertes lluvias la imagen era «desoladora». Mantas recuerda cómo los torrentes de agua arrasaban el pueblo. «No teníamos manera de acercarnos al centro. Veíamos riadas arrastrando los coches con gente dentro y a muchas más personas atrapadas en los balcones de sus propias viviendas, que estaban completamente inundadas», relata. «Llevo nueve años en esta isla y jamás viví algo tan impactante», afirma.
El agente asturiano y su compañera recorrieron las calles más alejadas del centro, donde el agua alcanzaba el metro de altura, cuando vieron cómo varias personas les pedían ayuda con la linterna del móvil. «Entre los gritos oímos a un chico que nos decía que tenía a una niña pequeña y no dudamos en darle prioridad», cuenta Mantas. Se trataba del mallorquín Adán Heredia y de sus dos sobrinas, de 15 y 3 años. Los agentes se acercaron con el coche y rescataron en primer lugar a la niña más pequeña. «Acerqué mi coche a los otros que estaban volcados para evitar que nos llevara la corriente y, una vez que estaban todos dentro y a salvo, empecé a dar marcha atrás para salir de allí», explica el agente. Trasladó a los tres supervivientes al punto de control más cercano, donde fueron atendidos por personal sanitario y Protección Civil. «No tengo palabras para agradecer todo lo que hizo por nosotros. Llevábamos varias horas con el agua por la cintura mientras sujetaba a mi sobrina pequeña sobre la cabeza. La impotencia de no saber qué hacer nos invadía hasta que llegaron Sergio y Nora», rememora aún afectado Adán Heredia.