Un adiós sin lágrimas en el partido

R. G. MADRID / COLPISA

ESPAÑA

Cospedal, el pasado martes, en el Congreso
Cospedal, el pasado martes, en el Congreso F. Villar

Cospedal abandona la dirección del PP tras conocerse sus conversaciones con Villarejo

06 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Un decenio ha durado el periplo de María Dolores de Cospedal por las más altas instancias del PP. Fue nombrada secretaria general por Mariano Rajoy en el trepidante congreso de Valencia en el verano del 2008. Diez años después se va sin lágrimas de despedida porque no tiene quién la llore. No se ha ido del todo porque deja el comité ejecutivo nacional pero conserva la trinchera del escaño en el Congreso con el correspondiente aforamiento, porque nunca se sabe, y el sueldo, una cuestión prescindible en su caso. Pero ya no es nadie en su partido después de haberlo sido todo.

No es mujer querida entre los suyos, y apenas se le conocen amistades, aunque sí enemistades. «Es muy estirada, mira por encima del hombro», dice uno de sus críticos. «Sí, es un poco seca», acepta uno de los que fueron sus colaboradores. Su personalidad, valoraciones personales al margen, no ha ayudado a que se labrara una imagen cercana y empática hacia los suyos. Qué mejor evidencia de que no era santa de muchas devociones que su clara derrota en la primera ronda de las primarias. Nada menos que la jefa del aparato fue vencida por un casi recién llegado, Pablo Casado, y una paracaidista en el partido, Soraya Sáenz de Santamaría.

Su hoja de servicios, que ella consideraba brillante, nunca deslumbró en el PP. La gestión que hizo del caso Gürtel fue muy contestada de puertas adentro, la acumulación de cargos (hace dos años era secretaria general, ministra de Defensa y presidenta del partido en Castilla-La Mancha) tampoco gustaba, y en la encarnizada e indisimulada pugna con Sáenz de Santamaría, ella era «la mala» para buena parte de la militancia.

Debe su defenestración al comisario Villarejo, pero ya tenía la peana movida. Con el congreso del PP de julio comenzó su cuenta atrás. En eso coincidió con su archirrival Sáenz de Santamaría, empezaron a mandar juntas y se fueron juntas. Ambas, con poca experiencia pero con el padrinazgo de Mariano Rajoy, ascendieron a la vez a la sala de máquinas del PP; una a la secretaría general, la otra a la portavocía en el Congreso.

Se despide enfadada y con la amarga sensación de ser una incomprendida después de haberse «partido la cara» por el partido. Las lágrimas se le saltan cuando relata aquellos duros meses del 2009, en los que, además de reunirse con Villarejo, intentó tender un manto de desmentidos, excusas y justificaciones sobre la corrupción, Gürtel, Bárcenas, los sobresueldos, las comisiones y lo que surgiera. «Lo hice sola», se quejaba en una conversación durante la campaña de las primarias que perdió.

Aquel combate que casi nadie le agradeció, ha sido la puntilla de su carrera política. Buscó soluciones non sanctas con Villarejo para la investigación del caso Gürtel y, de paso, intentó fortalecer su posición como secretaria general con dosieres de sus rivales. Una bomba que estalló en diferido, y ante cuyo estallido no encontró el abrigo que esperaba de Pablo Casado.