Adolfo García Ortega reconstruye en una novela su trágica muerte y sostiene que la banda los mató pese a saber que no eran policías
06 ene 2019 . Actualizado a las 11:17 h.En 1973 tres jóvenes gallegos residentes en Irún viajaron a Biarritz (Francia) para ver El último tango en París, la película protagonizada por Marlon Brandon y María Schneider, prohibida por el franquismo. Nunca más se los volvió a ver. Fueron asesinados por ETA, aunque la banda terrorista nunca lo ha reconocido. El escritor Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) novela su dramática historia, basándose en hechos reales, en Una tumba en el aire, que ha ganado el premio Málaga y que Galaxia Gutenberg publicará en febrero. «Lo que se ha ido publicando a lo largo de los años se basa en una información poco veraz e intencionada que publicó en 1973 un periodista de Abc, Alfredo Semprún. Mi novela da una versión diferente y mucho más verosímil», señala. García Ortega utiliza los nombres reales tanto de las víctimas como de los autores.
-¿Qué pasó aquella noche del 24 de marzo de 1973, cuando desaparecieron?
-Tres chicos de A Coruña que vivían desde hacía un año o año y medio, según los casos, en Irún decidieron ir a pasar un fin de semana a Biarritz para ver El último tango en París, una película prohibida en España y sobre la que se había creado una mitología porque salían determinadas escenas. Al regresar de ver la película tienen un encuentro con un grupo de etarras que los confunden con policías, los secuestran, los torturan, los matan y se deshacen de sus cuerpos, que nunca han aparecido.
-¿Quiénes eran esos jóvenes?
-Se llamaban Humberto Fouz, Fernando Quiroga y Jorge García Carneiro. Humberto, de 29 años, tenía una gran facilidad para los idiomas, había viajado bastante por Europa, era culto, creativo, le gustaba mucho el cine, era el líder del grupo de amigos. Fernando, de 24 años, era más prudente y melancólico, y Jorge, de 23, no había encontrado trabajo, aún estaba formándose y tenía una gran admiración por Humberto.
-¿Por qué se instalaron en Irún?
-Porque Humberto, gracias a su hermana, encontró trabajo allí, en una empresa de transportes. Luego Fernando se colocó como agente de aduanas. Los tres residían en casa de la hermana y el cuñado de Humberto.
-¿Dónde se encontraron con los etarras?
-En una discoteca que aún existe, La Licorne, en San Juan de Luz, pero el encuentro fatídico fue en otra que se llama La Tupiña, que ahora está cerrada. En la novela hago una reconstrucción verosímil de lo que pasó. En La Licorne los etarras los confunden con policías, los siguen y cuando paran en la otra discoteca deciden actuar. Eran cinco. Allí matan a uno de un botellazo. En mi novela no es Humberto, como dicen algunas crónicas, sino Jorge. A los otros dos los llevan sucesivamente a dos casas donde los torturan y los matan. Enseguida se dan cuenta de que no eran policías.
-Y, sin embargo, los mataron.
-Sí. La novela cuenta una versión verosímil de por qué lo hicieron. Fue un asesinato absolutamente gratuito que puso a ETA en el lado de los asesinos y los torturadores, tan malvados como lo podía ser la policía franquista contra la que luchaban. Al ejecutarlos instrumentalizan políticamente a estos chicos porque sabían que no eran policías, pero no les interesaba que se supiera que los habían torturado y decidieron matarlos, hacer desaparecer sus cuerpos y que se olvidara el asunto. Esto hace que el crimen sea mucho más execrable. La novela habla del bien contra el mal y de la inocencia truncada frente a la prepotencia y se pone del lado de las víctimas.
-¿Por qué decidió escribir una novela a partir de esta historia?
-Me pareció que era muy literaria en el sentido de que permitía restituir la vida y la memoria de alguien que ha muerto injustamente y ha visto su vida truncada. Empecé a documentarme, pero me topaba con varios callejones sin salida, laberintos y dudas. Entonces busqué por mi cuenta fuentes, hablé con periodistas, familiares, policías y etarras. Enseguida se me fueron abriendo muchas puertas, que me llevaron a aportar una versión muy verosímil que restituye la memoria de estas personas y señala con el dedo a los culpables.
-¿Quiénes los mataron?
-Probablemente, los que figuran en la prensa de la época. Tomás Pérez Revilla, al que apodaban Hueso, era el jefe del grupo que los mató. Años después murió en un atentado del GAL. Pero ¿quién estaban detrás? La cúpula de ETA, que permitió y asumió ese crimen.
-¿Por qué los confundieron con policías?
-Quizá por la paranoia que tenía ETA entonces, que estaba en un momento de transformación y crecimiento. Había muchos confidentes y traidores. Esa paranoia los lleva a pensar que esos españoles estaban allí para reclutar confidentes o delatores. ETA estaba en plena operación Ogro, que acabó con el asesinato de Carrero, y había una gran lucha interna que hizo que acabara dividiéndose. Pero lo que es importante en la novela es la relación que tenían los etarras a nivel personal de desconfianza y recelos entre ellos. Los chicos son asesinados en medio de una tormenta que se está produciendo dentro de ETA y tienen la mala suerte de que son devorados por ella.
-¿Es absolutamente seguro que ETA fue quien los mató?
-Sí, porque está documentado que Peixoto le llegó a decir a Lobo, el infiltrado en ETA, que lo hicieron ellos y de una manera salvaje, y se burlaba al contarlo.
-¿Por qué el caso de estos jóvenes ha caído en el olvido?
-Quizá por mala suerte, porque los sucesivos Gobiernos han obviado ese tipo de crímenes no reconocidos por ETA, que son muchos y parece que no han existido. Y, sin embargo, los asesinados son víctimas el terrorismo. Precisamente ahora que ETA ya no existe, la literatura puede y debe generar el relato de lo que sucedió. No de una forma vengativa, pero sí de justicia y verdad. No es justo que caiga el olvido sobre estos chicos gallegos asesinados en 1973, sobre los que lo hicieron y los que lo mandaron hacer. Una vez que el tiempo pasa y hay que pasar página, la literatura tiene un papel de fijar las cosas en la imaginación. Los escritores dan carne a los hechos, proporcionan verosimilitud a las cosas sobre las que no tenemos información o hay vacíos. Lo que importa es que el lector sea capaz de discernir qué relato se acerca a la justicia y la verdad y cuál está hecho con la intención de maquillar o deformar los hechos.