He comentado en alguna ocasión que lo que sucede en Cataluña es lo que el sabio Chesterton bautizó como la rebelión de los ricos. Los jóvenes que esta semana han prendido alegremente fuego a coches y contenedores de basura mientras se sacaban selfies con sus móviles de mil euros, como si estuviesen inventando el turismo de barricada, no son precisamente los hijos de las clases obreras asfixiadas económicamente por la crisis y el austericidio. Son los retoños de la pijoburguesía, los cachorros de esas élites sociales, económicas y políticas de Cataluña que en Madrid siempre han votado lo que mandaban los propietarios, y que ahora han decidido que quieren independizarse de los pobres, de los inmigrantes, de esa gente humilde que rompe la estética del paseo de Gracia pidiendo limosna a las puertas de sus boutiques.
Por eso, como establece desde hace siglos la distribución de la carga laboral, después de cada noche de disturbios, los señoritos se largan tranquilamente a dormir mientras los bomberos, los camareros y los operarios de limpieza se dedican en silencio a apagar las piras y a recoger los restos de la batalla. Todo muy revolucionario. Todo por el pueblo.
Porque si algo tienen claro los supremacistas es que no todos somos iguales. Y este viernes han redoblado su apuesta tratando de robar a los trabajadores el último recurso que les queda después de que la reforma laboral de Rajoy (con el voto a favor de CiU) les haya dejado a los pies de los caballos: la huelga. Lo de Cataluña no ha sido una huelga general. Ha sido un paro alentado por las clases más acomodadas y excluyentes de la alta burguesía barcelonesa para protestar contra la sentencia de un tribunal que ha enviado a la cárcel a nueve de los suyos. Los propios convocantes -dos sindicatos independentistas minoritarios- reconocen que, para sacar adelante la convocatoria, han tenido que disimular buscando como excusa la petición de un salario mínimo de 1.200 euros. Una pura formalidad. O una burla a quien subsiste con mucho menos, según se mire. Porque la única razón del paro ha sido echar un pulso al Estado para que claudique y abra las puertas de Lledoners.
El lema oficial de la huelga ha sido «Por los derechos y las libertades». Es un decir. Esto no tiene nada que ver con los derechos laborales. Ni con el movimiento obrero. Tal vez sí con la lucha de clases. Pero no en el orden convencional. En este caso, como anticipó Chesterton, son los ricos los que se rebelan contra los pobres. Son los pájaros los que, en un acceso de locura, se arrojan contra las escopetas y, ya puestos, incluso suben por los cañones hasta estamparse con el percutor. ¿Qué dirían ahora los heroicos anarquistas de La Canadiense, que hace cien años fueron a la huelga para arrancar a los patronos catalanes la jornada de ocho horas, si viesen a los bisnietos de aquellos mismos empresarios jugando a las revoluciones?