El arrestado por el crimen tiene dos caras y otra víctima mortal en su expediente
08 dic 2019 . Actualizado a las 11:08 h.Madrugada de abril. Nacho llama a la puerta de una casa de citas de Ruzafa. Una de las chicas le abre. El joven es un habitual del local. Nacho se adentra. La grabación de la cámara de seguridad del club registra cómo Jorge Ignacio P. accede al inmueble con tranquilidad. Entre sus pertenencias hay cocaína. Es la droga que, según la investigación, facilita a la mujer con la que mantiene relaciones. Ella sufre una crisis y acaba sumida en convulsiones. Nacho sale apresuradamente del establecimiento, relatan las testigos. La chica acaba perdiendo la vida días después en el hospital.
Un día de mediados de octubre. Es casi la hora de comer cuando Nacho intenta aparcar su coche cerca de la calle San Juan Bautista, una solitaria travesía de Manuel en la que el ciudadano colombiano vive desde antes del verano. Intenta pasar lo más desaparecibido posible. No quiere tener más topetazos con la justicia. Condenado por tráfico de drogas en Italia, preso en una cárcel transalpina, acusado de otro asunto de tráfico de drogas en Navarra (en una causa abierta cuando trasladaba coca desde Valencia) y sin permiso de residencia ni trabajo en España desde hacía dos años, Nacho no quería otra muesca en su notable pila de antecedentes. Cuando trataba de estacionar su coche, oyó un grito de queja. Por uno de los ángulos muertos del retrovisor se le había pasado la presencia de una vecina que se asustó al ser casi golpeada por el turismo. «Se bajó rapidisimo del coche y cogió del brazo a la señora. Estuvo disculpándose con ella un buen rato y después la acompañó incluso hasta la puerta de su casa», explica Alfonso, un vecino del municipio valenciano que fue testigo del instante. La cara amable del camaleón.
7 de noviembre. 5.55 horas. Es el último rastro de vida de Marta Calvo. A la madre de la joven de 25 años le vibra el móvil porque su hija le ha enviado su localización por Whatsapp. Lo hace antes de llamar a la puerta de la vivienda que ocupa Jorge Ignacio, de 37 años. No saldrá de allí con vida. Todo indica que el narco repitió sus andanzas. Volvió a mezclar sexo y cocaína. Y el corazón de Marta se paró. Segunda muerte a espaldas del camaleón.
Tres escenas en medio año que retratan la doble vida de un trotamundos llegado hace dos décadas de Ibagué (Colombia). A ojos de todos era un joven deportista, capaz de recorrer en menos de cinco horas la maratón de Valencia. Se hacía pasar por universitario, pero nadie le atribuye oficio conocido. El culmen de su «carrera» lo alcanzó en Italia, al ser interceptado con nueve kilos de cocaína.
Tras casi un mes de angustia vivida por la familia de Marta, y la conmoción de toda España, el foco volvió a ponerse sobre la cara oscura del traficante. «Soy el que buscáis. Soy Jorge, el que estáis buscando», dijo el asesino confeso de Marta al entregarse en el cuartel de Carcaixent.
Posible reapertura de caso
Su declaración en el juzgado de Alzira, en la que alegó que ella murió tras mantener relaciones sexuales durante una «fiesta blanca» (que mezcla sexo y cocaína) ha hecho que la investigación gire no solo en torno al final violento que tuvo Marta. Los agentes de la Guardia Civil interrogaron al traficante por las circunstancias en las que se produjo la muerte de la mujer en la casa de citas de Ruzafa. El juzgado de instrucción número 6 de Alzira, encargado de la investigación, podría ordenar la reapertura de este caso, en que la causa se archivó en su día. Se abrió por omisión del deber de socorro, pero no quedó probado intencionalidad en la muerte por parte de Jorge Ignacio, que se marchó sin asistirla, pero no fructificó la acusación de que su no asistencia fuera clave en el desenlace.
Sí se demostró, como al parecer él mismo reconoció, que la droga (empleada en otra «fiesta blanca») se la habría facilitado él a la mujer durante la cita. Ahora, al sumarse el caso de Marta Calvo, el cerco de la sospecha sobre la anterior muerte vuelve a cerrarse con fuerza sobre el narco.
Aunque ahora los principales desvelos de los investigadores de la Guardia Civil giran en torno a la búsqueda de los restos de Marta. Una tarea ardua, primero por la falta de concreción del encarcelado, que únicamente alegó haber arrojado hasta una decena de bolsas de basura con el cuerpo troceado en contenedores de tres términos municipales: Manuel, Silla y Carcaixent, su último destino en libertad antes de acabar esposado. La premura de los agentes busca tener pruebas biológicas con las que apuntalar la acusación sobre Jorge Ignacio, tanto para hallar vestigios de alguna conducta violenta más allá de la única circunstancia de la droga aportada por el ausado. Pero, además, para que su proceso no acabe archivado por falta de pruebas o sólo penado con una multa por la infracción administrativa de no dar sepultura a unos restos humanos. Y, sobre todo, para restar algo de dolor al suplicio que desde hace un mes atraviesa la familia de la joven. «Un mes sumidos en una auténtica desesperación», reconocía esta semana el padre en una carta abierta enviada a los medios de comunicación. Dar con su cuerpo para cerrar el duelo y cumplir el anhelo de esa misiva: «Recordar a una niña dulce y sonriente que se convirtió en una mujer llena de vida».