Quim Torra quiso hacer ver ayer que maneja el poder y la situación, pero nada más lejos de la realidad. La marioneta de Puigdemont está acabada, como su legislatura. Su golpe de efecto anunciando con nocturnidad una comparecencia institucional para ayer, por cierto con una puesta en escena que reflejó su soledad, para despertar el interés a ver si decía basta y convocaba elecciones no fue más que un engaño. El objetivo fue tapar el protagonismo que iba a tener el vicepresidente Pere Aragonès presentando el proyecto de Presupuestos. Nada más.
De hecho, Torra no anunció nada que no se supiera. Que el Gobierno está roto y ha perdido el apoyo de ERC ya se conocía. La ruptura es tal que si Esquerra no presenta una moción de censura es porque no dan los números (32 ERC, 17el PSC y 8 los comunes, la mayoría está en 64) y no porque quiera seguir manteniendo un matrimonio de conveniencia.
Y lo único que podía anunciar Torra, unas elecciones ya, no lo hizo y tal vez no lo haga ya nunca. Más temprano que tarde el Supremo convertirá en firme la sentencia que lo inhabilita. Ese será el estoque final, pero políticamente ya está acabado. Y ese cierre en diferido de la legislatura que acaba de anunciar es otra falacia. No había empezado. Ni siquiera usó el despacho presidencial en el Palau. Siempre se sintió el becario del huido Puigdemont. Como epitafio: el presidente que no gobernó.