El debate a seis que se presumía clave para decidir la carrera electoral en Madrid que acabará el próximo 4 de mayo empezó a bocajarro: antes de que acabara el primer bloque de temas, apenas 18 minutos, ya salieron a relucir todos los temas espinosos de los candidatos: el «chaletazo de Galapagar» y la niñera de Iglesias, el apartamento en el que pasó la convalecencia del covid Ayuso, la xenofobia y el racismo de Vox con los menas, el sarcasmo pocas veces visto de Gabilondo intentando esquivar la sombra de Pedro Sánchez, los primeros insultos... Solo Edmundo Bal, sin nada que perder en las encuestas, quiso mantenerse al margen de la tensión y la evidente animadversión entre la mayoría de los presentes en los estudios de Telemadrid, aunque tampoco se libró de las acusaciones de traidor por los pactos de Ciudadanos.
El problema es que en un debate a seis, como ya se pudo comprobar en las elecciones gallegas, es muy difícil mantener el ritmo. Y el favorito se limita a conservar su patrimonio de votantes intentando exponerse lo menos posible mientras ve cómo sus adversarios se enfrentan entre sí, al estar presentes ideas tan distantes como pueden ser las de Vox o las de Unidas Podemos.
Por eso, Isabel Díaz Ayuso consiguió su objetivo de salvar el que se presumía como el principal escollo de una campaña en la que casi todas las encuestas -a ver qué dice Tezanos este jueves con su CIS sorpresa- aseguran que ganará sobrada y que podrá cumplir su sueño de gobernar en minoría. Poco parece que vaya importar que la candidata del PP no sepa cuántos muertos por la pandemia hay en su comunidad. O que maneje las cifras con tal criterio que acabe siendo irrelevante si son verdad o mentira. Enfundada en su chaqueta rojo chillón ha encontrado un papel que le sienta como anillo al dedo gracias al Gobierno de Sánchez y Podemos. En caso de duda, la culpa siempre es de la Moncloa y ella es la heroína de la libertad.
Ángel Gabilondo se defendió mejor de lo previsto, pero no consiguió zafarse de las llamadas de Pablo Iglesias a gobernar juntos, pese a las enormes diferencias en materia económica que pusieron encima de los pupitres en el debate. «Amigo Ángel, con ánimo constructivo porque vamos a tener que gobernar juntos», le llegó a decir el exvicepresidente del Gobierno al candidato socialista en un momento de la noche.
Iglesias adoptó el tono mesurado que le llevó al éxito en los debates de la campaña nacional del 20N. Soltó algunos zarpazos dialécticos a Ayuso y centró sus ataques en Rocío Monasterio y Vox para intentar movilizar a la desesperada a sus votantes, al tiempo que ignoraba a Edmundo Bal. Estuvo por debajo de lo esperado y parece difícil que el debate sea el punto de inflexión con el que soñaba para evitar quedar el último del futuro Parlamento autonómico y frenar a la derecha.
Rocío Monasterio defendió sin complejos las posturas más extremistas de Vox. Su problema es que no encontró con quien polarizar y su protagonismo se vio reducido.
A Mónica García, la más desconocida, el debate le dará proyección pública, pero tampoco dejó grandes ideas, más allá del no a todo lo que suponga Díaz Ayuso.
Edmundo Bal fue el más propositivo, intentó situarse en un punto equidistante entre todos los participantes. «Soy de centro, ¿cómo me va a calificar a mí en los bandos?», le preguntó a Monasterio en uno de sus rifirrafes. Recurrió a su pasado como abogado del Estado en el 1-O, pero la losa de la autodestrucción de Cs pesa demasiado.