Por los pasillos de Génova aún no se han apagado los ecos de la fiesta del 4M. Pero no todo debería ser alegría. Es cierto que los populares llevaban muchos meses con poco que festejar, pero la rotunda victoria de Díaz Ayuso no puede tapar los problemas que la hoja de ruta hacia la Moncloa de Pablo Casado presenta. De entrada, los populares tendrán que gestionar el final ordenado -y lo menos conflictivo posible- de Ciudadanos. Puede que el fichaje del llamado señor Lobo de Albert Rivera (Fran Hervías) ayude a acelerar el trasvase, pero Inés Arrimadas ya ha demostrado una enorme tozudez y ha cambiado el «con Sánchez y su banda no podemos ir a ningún sitio» del propio Rivera por un rotundo «no nos vamos a disolver ni a integrar en el PP».
La estrategia de Casado ha sido desde el inicio la reunificación del espacio del centroderecha. El ciclo electoral del 2019 demostró que, con tres partidos en ese eje y dos en el de la izquierda, la ley D’Hondt siempre sonreiría a Pedro Sánchez, aún a costa de tener que pactar con Bildu, los secesionistas catalanes o la CUP.
El inapelable éxito de Ayuso deja dos lecciones: que con Cs fuera del reparto de escaños, el PP sale beneficiado -y con los 128.000 votos de Bal, sumaría incluso la mayoría absoluta- y que no necesita apoyarse en Vox para nada, ya que los de Abascal solo pueden apoyar a la derecha en el actual tablero político.
Por eso, en Génova han entrado las prisas. A los populares les gustaría volver a salir al balcón de las victorias antes de la mudanza, pero el reloj de los comicios lo maneja Pedro Sánchez. Mientras Teodoro García Egea exprime el big data, el PSOE puede jugar con el calendario para que pase el momentum del PP y confiar en que la lluvia de millones que la UE minimice el impacto económico de la pandemia y permita la recuperación de la ilusión en unos votantes que en Madrid han expresado contundentemente su rechazo.
Al PP le ha ido bien en la capital. Y le irá seguramente bien en Andalucía, pero tiene que espantar el fantasma de la corrupción que con Bárcenas, la Púnica y otros casos similares no para de martillear en titulares a la nueva cúpula del partido y le hace mucho más daño que el intento de igualarlos a Vox de un sector del PSOE absolutamente desnortado e incapaz de admitir las derrotas en las urnas, como han demostrado Carmen Calvo o Ábalos con expresiones poco respetuosas hacia Ayuso y sus votantes. «Nosotros no estamos para hablar de berberechos», despachó con displicencia la misma vicepresidenta que un día presumió de que «el dinero público no es de nadie». Quizá por eso la masacre fiscal que se avecina puede ser el mejor aliado de Casado y su resucitado PP.