Noventa días perdidos para seguir igual

Francisco Espiñeira Fandiño
Francisco Espiñeira SIN COBERTURA

ESPAÑA

Quique García | EFE

17 may 2021 . Actualizado a las 14:18 h.

Han tenido que salir a la calle unos pocos miles de independentistas y amenazar públicamente a ERC y Junts —«si no hay pacto no contéis con nosotros», les gritó la ultraseparatista Paluzie— para que los nubarrones que amenazaban repetición electoral en Cataluña se disiparan de inmediato. Todos los obstáculos que durante noventa días parecían insalvables desaparecieron en unas pocas horas para que a las ocho de la mañana de este lunes un comunicado conjunto de los dos principales partidos secesionistas diera cumplida satisfacción a sus incondicionales y garantizara que la matraca del 1-O seguirá con su incansable racarraca los próximos años.

Por el camino nos hemos enterado, y no nos ha sorprendido, que el problema era el reparto de sillas, sobre todo las del control de la tele y la radio públicas. Que el pánico cundió en las filas de Junts cuando lanzaron el órdago de quedarse fuera del gobierno, con lo que ello suponía de pérdida de centenares de puestos bien remunerados en la administración. Y que Puigdemont no se resigna a dejar de ser la reina madre del antiespañolismo, pero que tiene más miedo a perder sus prebendas en Waterloo que a defender realmente los intereses de los catalanes en medio de la pandemia y de una recesión económica que no arrancó con el covid, sino que viene multiplicándose desde que se aceleró el desafío secesionista.

Nada nuevo en el día de la marmota catalana. Estaba claro el final de la negociación. El acuerdo era inevitable y las encuestas del fin de semana corroboraban lo evidente: unos nuevos comicios no alterarían el mapa político en el Parlamento catalán y su único efecto colateral podría ser la desmovilización de las bases independentistas.

Con los datos encima de la mesa y las amenazas de la ANC, esa organización civil vestida de oenegé y ricamente alimentada con inagotables fondos públicos, a Pere Aragonès y Jordi Sànchez, el vicario de Puigdemont en Barcelona que pernocta en Lledoners, solo han tenido que repartirse las sillas conforme a su representación, como han venido haciendo desde el 2016.

La pregunta ahora es cuánto durará la paz entre las dos facciones del separatismo. Con Torra no se aprobó casi ninguna ley en dos años. Y lo que nos han avanzado ERC y Junts es que su escasa agenda común va a seguir marcada por la búsqueda de la independencia. Si el corto mandato anterior fue una tortura, el nuevo, pese al cambio de presidente, no pinta mucho mejor. Que se lo pregunten a Pedro Sánchez, que sacrificó a uno de sus mejores activos en las encuestas, Salvador Illa, y ahora tendrá que sumar el alejamiento de ERC y el desafío catalán a sus preocupaciones.