El volcán de La Palma lo ha cambiado todo, dentro y fuera de la isla
10 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.En la esquina de la barra del restaurante Casa del Mar del Puerto de Tazacorte, fundada por un emigrante de Ordes que llegó hace medio siglo, una vecina de la zona relata en confianza cómo ha perdido su casa próxima a Todoque, arrasada por la lava del volcán de Cumbre Vieja. Y cómo lo ha hecho justo un año después de haber perdido a su pareja. Cuenta su caso con tristeza, entereza e incomprensión ante el hecho de que se acumulen tantos males juntos. El suyo es un ejemplo de tantos del daño personal y material que la erupción, que hoy a las 16.10 hora peninsular cumple tres semanas, está causando sin que se le vea un límite. Y ese, el humano, es el foco principal, además del del cráter, que marca estos 21 días de angustia.
El volcán lo ha erupcionado todo, no solo los dramas familiares y personales, las pérdidas económicas, la ausencia definitiva de referentes en las centenares de hectáreas que ha borrado la lava, creando los malpaíses. Es un fenómeno geológico sin par con intensas ramificaciones, como han podido constatar quienes han pasado casi dos semanas en la isla, en las que la palabra más repetida, fuera de las científicas, es incertidumbre: nunca sabes qué pasará unas horas más tarde. Y además de lava, piroclastos y ceniza, el volcán ha creado una insólita ola de solidaridad, que recuerda mucho la experimentada hace 19 años con el Prestige.
La marea negra que va a dar al mar, ejércitos de voluntarios que se afanan en repartir comida, ropa y enseres a quienes los necesitan, pabellones en la zona cero (Los Llanos,y algo menos El Paso y Tazacorte) llenos de donativos cuando lo que más se precisa es dinero para la reconstrucción; carteles de ánimo y fuerza al lado de las carreteras, como antes los hubo en las playas y en los puertos...
Ha impactado tanto o más la ayuda entre vecinos que la destrucción: de casi 6.000 desalojados, apenas dos centenares están en un hotel del sur, en Fuencaliente. Todos tenían a alguien para ser acogido, y al que no lo tenía, la enorme red silenciosa de la bondad se la dieron de inmediato.
Calamidades
Igual que aquella mujer que en poco tiempo se quedó sin casa y sin compañero, otros lamentaban su suerte con resignación, y eso que la racha en la parte afectada era casi imposible estadísticamente: una intensa calima que les dejó sin carnavales, con multitud de pérdidas en numerosos negocios; la sequía que se llevó por delante centenares de aguacates, otra de las plantas de referencia de esta zona de la isla. El covid, por supuesto. El terrible incendio de agosto que consumió huertas, invernaderos, vehículos y casas, y obligó a desalojos. Y después el volcán aún sin nombre contra el que los palmeros, habitantes de una isla que no se llama bonita por casualidad, luchan con la dignidad del que sabe que va a empezar de cero en muchos casos.
Otra cosa va a ser el sector platanero, el motor económico de La Palma, su gasolina real, que mueve mucho más de la mitad de su PIB. En el valle de Aridane, esa zona plana que baja de El Paso hacia los acantilados de Tazacorte por los que se desliza la lava desde el día 28 del mes pasado, no se llama Los Llanos por casualidad: son planicies largas y fértiles, plagadas de plataneros que ahora sufren el riesgo de las consecuencias de la ceniza en su corteza y, algo más al sur, la destrucción de balsas y tuberías para riego, además de la dificulta de de accesos tras el corte y destrucción de decenas de kilómetros carreteras y de caminos. Sin agua no hay plátanos, y sin plátanos no hay dinero ni movimiento. A la durísima (e injusta) competencia de la banana se une ahora este enemigo en casa.
El foco de atención: de una iglesia a los tejados
La Palma ha sido, aún lo es, un epicentro mediático. En las primeras jornadas del volcán, el primer avión que llegó de Madrid en una jornada rutinaria iba cargado de periodistas y cámaras de toda España y media Europa. Al aproximarse a la isla, el flanco que permitía ver la enorme fumarola que rompía el cielo azul se vio de repente abarrotado de objetivos en busca de una imagen sorprendente y casi hipnótica. Y no, el avión no escoró, pese al repentino contrapeso.
En la isla, la explanada de la iglesia de Tajuya, en El Paso, sirvió de multitudinario plató, casi sin pausa, al mundo, hasta que la ceniza y el peligro se acercaron más y hubo que buscarse la vida en otras zonas próximas: aparcamientos, curvas con espacios libres, terrazas de casas sin tejas... La Palma estaba en todas partes, y eso, además de la obvia relevancia informativa, valió para que algunos refrescaras la Geografía del colegio para distinguirla definitivamente de la vecina Las Palmas o incluso de Palma de Mallorca, que de todo hubo. O de saber que la isla es pequeña, como Bergantiños (algo más de 700 kilómetros cuadrados), pero suficientemente grande y abrupta para dividirse en 14 municipios, muchos de ellos lejanos y (relativamente) ajenos al volcán. La distancia en la isla, como dicen los palmeros, no se mide en kilómetros, sino en tiempo, y 60 kilómetros se llevan tranquilamente dos horas.
El tiempo, el otro, sí que cambia rápido de una zona a otra: ese túnel que enlaza la zona cero con la capital Santa Cruz sirve además para pasar del sol playero a la lluvia horizontal, así que el apelativo del túnel del tiempo es ajustado. Por cierto que muy cerca de una de sus entradas (o salidas), en el kilómetro 11, otro túnel pequeño lleva a un inmenso bosque abovedado de castaños al que solo le falta la música de Avatar: otro más de los mil detalles pequeños de una isla apasionante que paradójicamente tiene un turismo aún muy limitado, y que seguramente explotará cuando todo esto acabe, como pasó con la Costa da Morte tras el Prestige.
Todas las cifras se quedan cortas de un día al otro
Todas las cifras se quedan pequeñas de un día para otro, y más viendo el avance tan impresionante de la madrugada del sábado, tras una nueva rotura del cono y la apertura de nuevas coladas: las hectáreas arrasadas por la lava (unas 500 ya, tal vez más), la nueva isla baja formada en el mar, las edificaciones de todo tipo destruidas (más de 1.100), los centenares de terremotos (alguno, hasta de 4.3 de intensidad), las anchuras y alturas de las coladas (alguna supera el kilómetro de amplitud), el área tan inmensa por la que se ha esparcido la ceniza... O la arena negra, mejor dicho, porque no es otra cosa, caída a toneladas allí donde la lleva el viento, con especial predilección hacia el entorno inmediato de El Paso, pero también a la capital, Santa Cruz. Y a Los Llanos. Hace una semana y un día, varios operarios municipales y una pala retroexcavadora de esta localidad, la más poblada de la isla, recogían toneladas (sí, toneladas) en el entorno de la plaza principal, en cuyo centro, a unos metros, tal vez un centenar de personas tomaban el aperitivo en la terraza, y a otros pocos metros había largas colas para hacerse con décimos de Navidad, algo usual allí donde hay catástrofes.
Centros de interés
Todo es susceptible de atención. Ver nacer una montaña eruptiva donde unos días antes había una sueve ladera; observar cómo cae la lava al mar (seis kilómetros en línea recta desde el emisor) y conocer a simple vista cómo se forma una fajana, con riesgo de desplome allí donde el fondo marino empieza a serlo de verdad. En los miradores de la Punta y el Time, entre Tazacorte y ya Tijarafe, las puestas de sol son cada día impresionantes, pero hasta esta semana, centenares de personas observaban el descenso al mar de la lava y las nubes blancas formadas con el contraste térmico, incluido un dióxido de azufre que de momento no es peligroso si se respeta la zona de exclusión. Todo impacta: también el roncar del volcán, que a menudo explosiona o bate fuerte, día y noche. Incluso verlo de lejos, por ejemplo desde el Roque de los Muchachos, a donde lleva el GPS por error (o no) cuando se sube a Gallegos, donde pronuncian miñoca, furna y bolboreta. Hay gallegos en todas parte, también en La Palma, y en todos los estamentos, y también sufren por el volcán.