No hubo punto de inflexión en el Congreso. Aunque quedan aún una decena de grupos por intervenir, Pedro Sánchez no logró el golpe de efecto que buscaba para relanzar a un PSOE que se desploma en las encuestas semana a semana ante un Alberto Núñez Feijoo que solo insiste en aplicar el sentido común.
Sánchez subió a la tribuna del Congreso para defender el estado de la nación por primera vez en sus cuatros años en la Moncloa y despachó el trámite con un discurso de 84 minutos que pilló a la mayoría de los españoles camino de la playa. El presidente del Gobierno se descolgó con una supuesta defensa de la clase media que no es tal. Anunció impuestos a las energéticas y los bancos que acabarán pagando esos mismos a los que quiere defender. Y se despachó con unos parches —tres meses de cien euros a becarios— que poco ayudan a frenar la escalada de precios que todos sufrimos.
El socialista echó la culpa de todo lo malo a Putin y a la pandemia y defendió el optimismo para el futuro con unos fondos de la UE que pocos han visto y de los que desconocemos cuál será su condicionalidad. Dejó claro que su futuro está encadenado al de Unidas Podemos —se llame como se llame el proyecto de Yolanda Díaz—, aunque no sea capaz de confiarles ninguna de sus promesas antes de hacerlas públicas. Citó incluso a Rubalcaba para defenderse de las críticas de la oposición, aunque se le olvidó la última genialidad del cántabro: la definición peyorativa de Gobierno Frankenstein para la amalgama de intereses que sostiene a Pedro Sánchez en el poder.
El presidente no aceptó ni una sola crítica. Como tampoco mencionó a Miguel Ángel Blanco —y se jactó de los pactos con Bildu—, ni los problemas con Marruecos y Argelia —aunque prometió un plan para Ceuta y Melilla del que nada desveló—. De la inflación habló de pasada, pese a ser el principal problema de España. Y de Galicia ni se acordó pese a estar semiaislada por el hundimiento del viaducto de O Castro.
Sánchez demostró que la polémica de los dos países que acuñó el domingo en el País Vasco es una realidad en la Carrera de San Jerónimo. La gasolina sigue a dos euros, el gas, pese al tope, en cifras récord y los líos en la coalición no van a parar ni en verano. Este martes aparcó el fantasma de la ultraderecha. Toca recuperar los comodines de Franco y el franquismo y de los desmanes del emérito. ¿Bastarán para seguir en la Moncloa?