Los personajes son de traca. Santiago Segura los tiene a todos en su repertorio. Falta algún galán malvado para Alec Baldwin. Pero el caso Mediador es un ejemplo de la mediocridad y las miserias que se esconden en los pasillos de la que se supone sede de la soberanía popular.
Parece inconcebible que este siglo XXI y viendo todo lo que hemos visto en los ERE, la Gürtel, Púnica y el rosario de corruptelas que sacuden a nuestros políticos, el procedimiento siga siendo el mismo: pillar a un empresario incauto que crea que con un soborno soluciona sus problemas de contratación. Y peor aún, que haya esos supuestos triunfadores que abonen la mordida confiados de que todo se evaporará como una mala resaca tras una noche de alcohol y cáterin, o sea putas en el diccionario del mediador Tacoronte.
Cuentan veteranos exdiputados gallegos que en Madrid se cena mucho. Y más entre los congresistas de provincias, que pasan tres o cuatro días lejos de sus familias cada semana y que suelen hacer pandilla con otros en similares posiciones. «Yo mismo he ido a algunas cenas, pero eso no significa que sea algo malo», relata uno de los preguntados.
La omertá que intenta instaurar el PSOE en base a amenazas a los periodistas para que no filtren los nombres de los presuntos implicados se diluirá tan rápido como se levante el secreto de sumario y empiecen a asomar las miles de fotos que el locuaz chivato asegura tener en su móvil. Pero resulta penoso oír a Patxi López decir en el atril del Congreso por el que campa a sus anchas el tito Berni que no hace falta una comisión de investigación, que eso solo lo pide la oposición para embarrar. Literal.
La película es tan chusca que solo queda por resolver una incógnita: ¿a quién le pedirá Cañita Brava que le pague las seis mil pesetas de whisky? Lamentable.