El sentimiento independentista sigue siendo inexistente en Occitania pese al desembarco electoral del expresident
11 may 2024 . Actualizado a las 17:10 h.El viernes, en el cierre de la decisiva campaña electoral que ha desplegado en el sur de Francia, Carlos Puigdemont afirmó exultante «que la gente de aquí, de la Catalunya Nord, se identifica con la catalanidad». El expresident aún huido, que desde hace dos meses ha trasladado su cuartel general a Argelès-sur-Mer -una localidad turística de los Pirineos Orientales a 30 kilómetros de su tierra natal- como paso previo al regreso a la Catalunya Sud gracias a la amnistía, sacó pecho por la fortaleza de su «nación» partida por la frontera.
Poco antes de ese acto final en Elna, convertida junto a Argelès en la otra capital del soberanismo en «el exilio», Junts se esmeró en mostrar a franceses catalanes «independentistas de toda la vida» con entrevistas supuestamente espontáneas a vecinos orgullosos de encontrarse con sus hermanos del sur. Sin embargo, la realidad de la región en la que Puigdemont ha instalado su corte no es la de los mítines.
Ni en Argelès ni en Elna se ve una sola estelada. Y encontrar una senyera resulta complicado si se exceptúan los emblemas de Occitania, que lucen los mismos colores.
«Algo político en España»
Las calles de Elna, el pueblo convertido en la Jerusalén del independentismo porque allí se ocultaron las urnas del 1-O y porque ha sido el primer municipio galo en oficializar el catalán, están engalanadas con la tricolor francesa. Y en las plazas lo que se escucha estos días es la voz en castellano de los latinoamericanos que trabajan en la vendimia.
El único guiño catalanista es que algunos carteles oficiales, como los que dan nombre a las calles, sí están en catalán. Pero nada más. Ni en las calles de este pueblecito ni en las bulliciosas terrazas de la Avenue de la Libération de Argelès se escucha hablar una palabra en la lengua de Puigdemont. Tampoco se conversa sobre la independencia y nadie tiene ni idea de que hay elecciones.
Solo algunos saben de la existencia de Puigdemont, por el trajín de autobuses con los asistentes -unos 15.000 según Junts- a los mítines casi diarios en Argelès. «Vienen muchos, pero poco tiempo. Sé que tiene que ver con algo político en España. ¿No es nada relacionado con el campo de concentración? ¿No?», pregunta Inès García, mientras señala el Memorial que recuerda el internamiento forzado de 100.000 exiliados españoles a manos del colaboracionismo francés con los nazis.
Las sombrillas lucen junto al mar y solo uno de los parroquianos que comparten un muy temprano aperitivo en Saint Cyprient ha escuchado alguna referencia al «presidente español» transformado en convecino ocasional. «No sé si será algo por los impuestos. Le saldrá más barato vivir en Francia», especula François Durand con un despiste importante. Aquí el 'efecto Puigdemont' ni está ni se le espera.