Roberto Blanco Valdés: «El Estado constitucional es un paso de gigante en la historia»

ESPAÑA

Conferencia del catedrático Roberto Blanco Valdés en el Pazo de Mariñán en julio del año pasado
Conferencia del catedrático Roberto Blanco Valdés en el Pazo de Mariñán en julio del año pasado EDUARDO PEREZ

El catedrático de Derecho Constitucional analiza en «Revolución y Constitución», cómo se gestó la Constitución norteamericana de 1787 y cuáles son sus principios

31 jul 2024 . Actualizado a las 15:48 h.

En su último libro, Revolución y Constitución (Alianza Editorial), Roberto L. Blanco Valdés, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela y columnista de La Voz de Galicia, analiza cómo se gestó y cuáles son los principios que informan el constitucionalismo a la luz de la Constitución norteamericana de 1787 y muestra su influencia en Europa.

La primera frase del libro es «el Estado constitucional es una de las más portentosas creaciones de la historia de la humanidad». ¿Por qué?

—El Estado constitucional es una manifestación fundamental del espíritu de las luces, del racionalismo y la Ilustración, que nace de la revolución liberal. Es un gran invento porque cambia radicalmente dos cosas: la forma en que los hombres son gobernados y las relaciones que va a mantener la sociedad con los poderes públicos. Eso se manifiesta en los dos principios esenciales que definen el constitucionalismo: la separación de poderes y el reconocimiento de los derechos. No es casual que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa de 1789 hable de que allí donde no hay división de poderes ni reconocimiento de los derechos no hay Constitución. El Estado constitucional es un paso de gigante en la historia de los seres humanos en su avance hacia la libertad y la igualdad.

—La idea del constitucionalismo es tan poderosa que, adaptándose a los tiempos, sigue estando vigente en nuestros días.

—Explico a mis alumnos que si comparamos el mundo de finales del siglo XVIII con el actual el salto es impresionante en todos los ámbitos, pero, sin embargo, los grandes principios por los que nos gobernamos son los que nacieron en Estados Unidos, Francia o en la Constitución de Cádiz de 1812. En un mundo que no tiene nada que ver, aquellos valores están perfectamente vigentes, lo que indica la fuerza inmensa de los principios constitucionales. El constitucionalismo, el régimen liberal, ha sido capaz de resistir los dos grandes desafíos que ha habido como modelos alternativos: el comunismo y el fascismo.

—Alerta de los dos grandes peligros que acechan al régimen liberal, el populismo y el posmodernismo.

—Son un gravísimo peligro. Por una parte el posmodernismo y toda su carga de irracionalidad, porque toda la construcción constitucional está basada en el racionalismo. Por otra, los populismos, de derecha y de izquierda, que ofrecen soluciones simples para problemas complejos y dividen a la sociedad en buenos y malos.

—¿Qué lecciones se pueden extraer de lo que hicieron los padres fundadores de la Constitución norteamericana?

—Una de las grandes enseñanzas es la necesidad de mantener los equilibrios de poderes, lo que los americanos llaman checks and balances, controles y contrapesos, Por una parte, hay que equilibrar los poderes legislativo, judicial y ejecutivo. Pero también debe haber un equilibrio territorial. En los estados constitucionales modernos, sobre todo en los regímenes parlamentarios como el español, existe el riesgo de que la fusión entre ejecutivo y legislativo produzca disfunciones en el sistema. Si además, influyen en la conformación del poder judicial el riesgo es mayor.

—Las últimas decisiones del Tribunal Supremo, entre ellas la que da inmunidad a Trump, muestran que la separación de poderes tiene deficiencias en EE.UU.

—En el modelo americano a los jueces del Tribunal Supremo los nombra el presidente, con dos elementos de control: tienen que ser ratificados por el Senado y son vitalicios, lo que es una garantía porque elimina la posibilidad de que puedan ser presionados con promesas de futuro. Pero en los últimos años ha habido resoluciones muy polémicas que están sometiendo a debate el modelo.

—En España los partidos están descalificando a los tribunales y los jueces. ¿Cómo lo valora?

—La situación en España es muy mala. Hay una altísima polarización política, pero, además, hay una gran polarización institucional. Nunca antes habíamos vivido esas dos situaciones al mismo tiempo. Esto supone un riesgo muy alto de descrédito de las instituciones. Y hay un escaso respeto de los partidos, incluido el Gobierno, lo cual es muy grave, hacia las resoluciones de los órganos jurisdiccionales. Hemos visto las críticas del PP al Tribunal Constitucional y del Gobierno al Tribunal Supremo. Ni una cosa ni otra son razonables.

—De hecho, la política se centra en buena medida en lo que dictaminan los tribunales y los jueces.

—Esto tiene que ver con un cierto abuso de la jurisdicción, pero también a que hay actuaciones y denuncias ante las que los tribunales tienen que actuar. Pero es verdad que el protagonismo de los tribunales es desmedido.