Barro y silencio en Paiporta, epicentro de la tragedia: «Parece una zona de guerra»

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

ESPAÑA

Eva Manez | REUTERS

Al menos 62 muertos en la zona cero valenciana, donde los que sobrevivieron lo hicieron subidos a árboles y farolas

31 oct 2024 . Actualizado a las 18:27 h.

En uno de los tantos vídeos que a última hora del martes circularon por las redes sociales se distinguía la mano de una mujer aferrada a un arbusto doblegado por el viento; el torrente del un río, encabritado, completamente derramado y alrededor, solo oscuridad. La otra mano sujetaba el teléfono que grababa la petición de auxilio: «No hay nada, no hay nada a mi alrededor», se oía suplicar. Los que sobrevivieron en Paiporta (Valencia), epicentro de la tragedia, lo hicieron encaramados a árboles y farolas, sobre los tejados de gasolineras, buceando a oscuras en sótanos y garajes que en no pocos casos acabaron convertidos en ratoneras. Al menos 62 personas perdieron la vida en este pueblo de la comarca de la Huerta Sur, hoy un desolador lodazal. Seis de los fallecidos eran residentes de un centro de mayores. Otros dos murieron atrapados en el aparcamiento de la casa cuartel de la Guardia Civil, tratando de escapar.

Eran las ocho de la tarde —hora de la cena— cuando una feroz tromba de agua irrumpió en el geriátrico de Paiporta, anegando la planta baja y dejando a los ancianos, la gran mayoría en silla de ruedas, sumergidos hasta la cintura. Congelados, desorientados. Asustados. Fueron los propios trabajadores del centro —enfermeros, pero también cocineros y el personal de mantenimiento— quienes les pusieron a salvo, subiéndoles primero a las mesas entre gritos de terror y trasladándoles después a los pisos superiores. Un día después, en las calles del pueblo reinaba un silencio atronador solo alterado por las sirenas de emergencia.

Los vecinos siguen sin agua y sin luz, buscando enseres y comida entre el barro y los coches apilados, montados unos sobre otros. «Hay muchos muertos —dice Mari Carmen Palacios, de 60 años, que hace guardia a la puerta de su casa—. Y los que quedan». De fondo, suenan las alarmas de la ya tercera alerta móvil que emergencias envía en la provincia. «No son los que hay, sino los que va a haber», repite. Unos metros más allá, un agente de los Mossos d'Esquadra, miembro de un equipo desplazado al lugar de forma voluntaria, comenta que el pueblo parece «una zona de guerra», el escenario que queda «tras un tsunami». Se sospecha que en los bajos empachados de lodo hay varios muertos.

Luis Soler y su mujer Andrea, de 34 y 32 años, estuvieron a punto de no contarlo. Se salvaron trepando al capó de un coche; cuando la fuerza del agua levantó el vehículo y lo arrastró —«lo movía como si fuera de juguete»—, saltaron a unos palés de cemento y, de ahí, caminaron en cadena, con el agua al cuello, hasta que una pareja les dejó entrar en su casa. «Pasó un hombre empujado por la corriente. Me agarró del pie, intenté subirlo al coche pero se me rompió el pantalón, me quedé desnudo y él desapareció. Está muerto, seguro. No se me olvida su cara».