La historia real del asalto al Banco Central de Barcelona: «La Casa de Papel» en la España traumatizada por el 23-F

Paulino Vilasoa Boo
P. VILASOA LA VOZ

ESPAÑA

Miembros e los GEO durante la salida de los últimos rehenes
Miembros e los GEO durante la salida de los últimos rehenes EFE

Solo unos meses después del fallido golpe de estado de Antonio Tejero, once delincuentes mantuvieron como rehenes durante 37 horas a varios cientos de personas. Todavía se desconocen las motivaciones exactas de los asaltantes

09 nov 2024 . Actualizado a las 18:07 h.

Pasadas las nueve de la mañana del sábado 23 de mayo de 1981, nada más irrumpir en el céntrico Banco Central de Barcelona, once personas de rostros cubiertos con pasamontañas avisaron de su llegada a la sede central con varios disparos de advertencia ante los varios cientos de personas que iban a estar secuestradas durante 37 frenéticas horas. Fue un día y pico taquicárdico, con barricadas policiales a la puerta, agentes en los tejados de edificios contiguos, amenazas de bomba, chantajes y negociaciones. Y no, no es La Casa de Papel aunque lo parezca. Ni aunque su adaptación como serie en Netflix, Asalto al Banco Central, que se ha estrenado este viernes, esté interpretada por muchos de los actores que acompañaban al Profesor y compañía. Este asalto fue real, y tuvo en vilo a todo un país en el que todavía sobrevolaba el fantasma del fallido golpe de Estado del 23-F.

La referencia al marco temporal no es circunstancial. El asalto del teniente coronel Antonio Tejero al Congreso de los Diputados era, de hecho, una de las reclamaciones declaradas de los delincuentes que tomaron la sede del banco en el corazón de Barcelona. Lo decían en un comunicado, que habían dejado en una cabina de teléfonos de la propia plaza de Cataluña. En la nota mecanografiada pedían la liberación de los, citamos textualmente, «cuatro héroes del 23 de febrero y nuestro teniente coronel Tejero». A pesar de su literalidad, aún hoy se desconoce si ese era el verdadero objetivo de los asaltantes.

A diferencia de la famosa ficción de los malhechores anárquicos con caretas de Dalí, aquí los perpetradores del asunto no tenían como nombre en código ciudades del mundo, sino números. El cabecilla de la operación in situ era Número Uno. Aunque él, el almeriense José Juan Martínez Gómez El Rubio, siempre apuntó hacia otros como cerebros de la operación. Concretamente, a los servicios secretos españoles. Según su versión, lo habían contactado en la localidad francesa de Perpiñán para recuperar unos sensibles documentos referentes al fallido golpe de Estado que estaban dentro del banco, y valoraban como tapadera fingir un «atraco normal y corriente». Y, siempre según su versión, quién sabe si fiable o no, consiguió su objetivo con creces.

Pero lo cierto es que si hay dos palabras que no definieron al asalto fueron ni «normal» ni «corriente». En Moncloa los teléfonos echaban humo, con el presidente, Leopoldo Calvo-Sotelo, convocando la Junta de Seguridad del Estado; en el país se contenía el aliento ante la incertidumbre de la aún delicada Transición, y las reclamaciones e informaciones que se iban conociendo sobre los delincuentes no hacían más que provocar desasosiego. Por momentos, algunas informaciones llegaron a alertar de la presencia de explosivos y de la amenaza de volar el edificio, y sus filiaciones políticas basculaban a ambos lados del espectro: algunos apuntaban hacia ultraderechistas, otros a anarcosindicalistas.

La tensión empezó desde primera hora de la mañana. Tras irrumpir en el banco a las 9.10 horas, poco después los asaltantes hicieron ronda de llamadas por los diarios locales de la Ciudad Condal. El Diario de Barcelona fue el más rápido en llegar al comunicado en la cabina telefónica. Sus condiciones eran claras: tenían 72 horas para liberar a Tejero, Mas, Torres Rojas y San Martín y, además, exigían que se les habilitase un avión para facilitar su huida. Si no, ejecutarían a 10 rehenes nada más empezar y luego otros cinco cada hora.

Los golpistas presos, a través de sus abogados, niegan cualquier implicación con los hechos que estaban sucediendo y rechazan ser liberados o salir de España, como aparentaban pedir los secuestradores de la entidad bancaria. «Son peticiones absolutamente delirantes y completamente absurdas», dicen los letrados de los militares mencionados en la nota de reclamaciones.

Un cordón policial clausuró tanto la plaza de Cataluña como los edificios adyacentes al Banco Central. Al más de millar de hombres armados que empezaron la operación se sumaron al mediodía los GEO (Grupo Especial de Operaciones) que llegaba desde Madrid. Desde Moncloa temían otro amago golpista, ya que en las primeras negociaciones habían confundido la voz de Número Uno con uno de los guardias civiles que se sospechaban relacionados con el 23-F. Por si no fueran pocas las vinculaciones con el golpe de estado. Pero no era así.

A lo largo de las horas, empezaron a desfilar los primeros rehenes. Primero fueron evacuados cuatro mujeres, un anciano y un empleado de la entidad, sobre las 11 y media. Después otro con trastornos respiratorios, posteriormente otro con lipotimia,... A media tarde ya eran 15 los liberados, aunque muy lejos de los casi trescientos que había en el interior.

Diez minutos antes de las 7 de la tarde, se produce una negociación de siete minutos, y continúan las liberaciones. Cuando remata el día, hay fuera ya 62 personas.

Los geos siguen sus operaciones por la zona. Por los tejados de los edificios colindantes se dibujan las figuras de los cuerpos de operaciones especiales intentando tomar el edificio.

Miembros del Grupo Especial de Operaciones (GEO) saltan desde el tejado del edificio colindante
Miembros del Grupo Especial de Operaciones (GEO) saltan desde el tejado del edificio colindante

Y ya al día siguiente, a eso de las 10 de la mañana, las fuerzas policiales suben su apuesta. En la plaza de Cataluña aparece una tanqueta de la Policía. Los asaltantes se lo toman a pecho. Y exponen a los rehenes frente a la puerta central. Tras un intercambio de disparos entre el vehículo blindado y los delincuentes, por megafonía se escucha el comunicado de los rehenes, implorando por una solución digna.

La Voz recogió en su día los testimonios de los rehenes que vivieron estos momentos estos momentos. «Nos pusieron una ventana del primer piso con las manos apoyadas en los cristales y los dedos entreabiertos. Disparaban a través de nuestros dedos y nos dijeron que ellos no nos dispararían a nosotros, que si alguien nos hería sería la policía», narró José María Martínez.

Cada cinco minutos, los amenazaban de muerte y los intimidaban con ir a por su familia en caso de que les diesen información a la policía. «Decían que se cargarían a nuestros hijos», contó el afectado.

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Poco después del mensaje de los rehenes a la policía, a las 12.45 horas los delincuentes dan un nuevo paso para desviar la atención sobre sus objetivos. Se confirma entonces que habían amontonado 600 millones de pesetas en el patio para quemarlos. «Pero no pasó nada», contó luego uno de los rehenes, «no se llevaron nada».

En la tarde del domingo, todo dio un vuelco. Mientras los asaltantes negociaban su entrega, un francotirador abate a uno de los asaltantes que estaba junto a un rehén en la azotea. La situación en el interior del banco se hizo mucho más tensa. Y los geos aprovecharon para entrar por la azotea y despejar el edificio, cuando todavía quedaban dos centenares de rehenes retenidos.

Los asaltantes deciden entonces acabar la operación. Les piden a los rehenes que salgan del edificio. Aprovecharán ellos para salir mezclados entre el gentío y así ocultar su huida. No tendrían éxito. Nueve de ellos serían detenidos por la policía en escasos minutos. Solo uno consiguió escapar.

Durante las 36 horas que duró el propio asalto, algunos directivos estuvieron en todo momento incomunicados, escondidos en un cuanto trastero, sin alimentos y sin saber qué estaba ocurriendo. Hasta que llegaron los geos. «Qué guapos son, qué bien hechos están estos hombres», contó la directiva Gloria Lavín sobre los agentes que, al llegar al cuarto, los obligaban a echarse al suelo con las manos en la cabeza. Fueron los últimos en ser rescatados.