Descontrol político y desconcierto ciudadano
La desescalada era otra cosa. O eso pensábamos. Harto de buscar el apoyo del Congreso cada 15 días entre reproches y subasta de concesiones a los socios oportunistas, Pedro Sánchez desempolvó el manual de reparto de responsabilidades y ofreció a las comunidades autónomas una fruta envenenada. La llamó cogobernanza, pero en realidad era una manera de evitar el choque con el PNV y los independentistas catalanes, cuyas quejas por el centralismo en la gestión de la pandemia eran constantes desde el inicio.
La medida, recibida con una salva de aplausos por amigos y enemigos, se ha saldado con 17 resultados diferentes, tantos como comunidades hay. El Gobierno central se reservó la última palabra en todos los casos y se negó a ampliar el catálogo de posibilidades de los líderes autonómicos para manejar esa cogobernanza desde la cercanía.
Así, en un país donde se supone que todos los españoles somos iguales y tenemos los mismos derechos, nos encontramos con compatriotas que tienen que irse a sus casas a las seis, otros a las ocho y otros a las 11 de la noche. Con conciudadanos que no pueden salir de su calle, de su barrio, de su municipio o de su área sanitaria, otro de los grandes descubrimientos del diccionario pandémico. Con lugares en los que son obligatorios los cribados y con otros donde no se han puesto en marcha las mínimas garantías de detección del covid-19 para evitar los contagios. Con terrazas y bares abiertos, al margen de lo que diga la lógica, y con otros que acumulan meses cerrados perdiendo dinero... La cogobernanza nos ha ofrecido un nuevo escenario que ha supuesto un cierto descontrol político y un absoluto desconcierto ciudadano. Si la idea es que se mantenga, habrá que perfeccionar los mecanismos de cooperación para que sea eficaz de verdad.
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