La pandemia que nos arrebató los abrazos
Primero nos encerró en casa, luego tapó nuestras bocas y un año después nos sigue manteniendo en vilo sin saber cuándo dejaremos atrás esta crisis
redacción / la voz
En algún momento de las últimas semanas del 2019, mientras en España se hablaba de las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez, del escándalo de los ERE o de la posible inhabilitación de Torra, un pequeño virus todavía sin nombre pasaba de un animal a un ser humano. Algo más de un año después, los investigadores no han podido determinar con exactitud cuándo tuvo lugar esa escena, ni siquiera el lugar preciso en el que ocurrió ese salto que acabaría poniendo el planeta del revés, encerrando en sus casas a miles de millones de personas, cubriendo sus rostros con mascarillas, haciéndoles mirar al vecino con desconfianza, privándolos de los abrazos y, en demasiados casos, al menos dos millones y medio de casos, arrebatándoles la vida.
Horas antes de que comenzasen lo que deberían haber sido los felices años veinte, el 31 de diciembre del 2019, China lanzaba la alerta: se había detectado un brote de neumonía de origen desconocido que afectaba ya a 27 personas. Los síntomas se habían iniciado el 8 de diciembre y los casos tenían en común la exposición en un mercado de pescados, mariscos y animales vivos de Wuhan, en la provincia de Hubei. Catorce meses después aún hay dudas sobre el origen del SARS-CoV-2, un nuevo coronavirus que el 7 de enero del 2020 fue identificado por las autoridades chinas como causante del brote y del que el país asiático compartió el 12 de enero la secuencia genética. Pocos sospechaban en aquel momento las consecuencias de aquel brote, pero el virus acababa de iniciar su expansión hasta ahora imparable y la ciencia estaba a punto de emprender una carrera sin precedentes para intentar ponerle freno. Once meses después comenzaban a aplicarse las primeras vacunas, pero el desafío continúa: el virus sigue activo y las nuevas variantes limitan el optimismo sobre un proceso de vacunación ya en marcha.
Mientras la ciencia concentraba esfuerzos en la búsqueda de vacunas y medicamentos eficaces con los que armar a los sanitarios, estos intentaban frenar el virus con las herramientas que tenían a su alcance. Pocas semanas después de aquella alerta emitida desde China, el covid-19, nombre que recibió la enfermedad causada por el nuevo coronavirus, comenzaba a salpicar sus efectos por los cinco continentes. Lo que en principio se definió como un proceso similar a una gripe se fue descubriendo como una dolencia en cierto modo misteriosa que sigue sorprendiendo cada día a los científicos y a los médicos que se enfrentan a ella. Igualar la lucha y que el virus dejase de llevar ventaja fue el gran reto de los últimos meses. Y se han dado pasos de gigante.
Vivir juntos o morir solos
Sin medios
Europa llevaba varios días noqueada observando la desesperación de Italia cuando el virus comenzó su escalada en España. Eran los últimos días de febrero de un 2020 que iba a pasar demasiado despacio. Al principio fue una guerra sin apenas armas. El recuerdo de aquellas primeras semanas nos devuelve sanitarios trabajando a destajo sin apenas medidas de protección, hospitales desbordados llenos de pacientes con una enfermedad que nadie sabía muy bien cómo tratar. Fuera, pronto se agotó el papel higiénico y durante muchas semanas el jabón, los desinfectantes, el alcohol, la lejía y no digamos las mascarillas, se convirtieron en codiciados tesoros con los que solo los más afortunados conseguían hacerse.
El mundo decidió entonces echar mano de la historia y respondió a la epidemia como llevaba siglos haciéndolo: encerrándose. España entró en estado de alarma el 14 de marzo e iniciaba un confinamiento estricto que se prolongó durante varias semanas. Trabajar, hacer la compra o ir al médico se convirtieron en las únicas actividades permitidas para una población que se aisló en sus casas pendiente de las pantallas que la conectaban con un mundo exterior cada vez más atenazado por el virus. La distancia social se reveló como el remedio más eficaz para evitar el contagio, y al tiempo que el mundo se llenaba de incertidumbre se vaciaba de abrazos en los que encontrar consuelo. Ventanas y balcones sustituyeron a plazas y bares, y los aplausos y las canciones fueron los nuevos besos y abrazos, las nuevas «¡gracias!».
Sanitarios, transportistas, cuerpos de seguridad, farmacéuticos, cajeros de supermercado... y tantos otros convertidos en héroes cotidianos. Hospitales de campaña, morgues improvisadas, economía paralizada, colegios y parques sin niños, carreteras vacías, un cielo sin estelas de aviones... Y despedidas sin adiós. Hasta que los datos en los que cada día buscábamos la esperanza empezaron a mejorar. «Doblegar la curva» fue otra de las expresiones que dejará la pandemia, el empeño que ocupó a autoridades y sociedad. Y llegó con los primeros calores. Los niños fueron los primeros en regresar a la calle a finales de abril y comenzó la desescalada (otra palabra del 2020).
Con el verano, el turismo y la economía empezaron a respirar un poco. Y los ciudadanos también. Con mascarilla, eso sí. Pero respiraron. En la calle, en el monte o en la playa. Durante varias semanas pareció que la pesadilla había terminado. Los hospitales se vaciaron de enfermos de covid-19 y la cifra de fallecidos permaneció inmóvil. Pero el virus seguía ahí. Doblegamos la curva, pero no lo vencimos. Esa «nueva normalidad» de la que había comenzado a hablarse allá por el mes de mayo y en la que nos habíamos instalado en junio permitía esos reencuentros tan deseados. Y en esa cercanía, en esa vida cotidiana que tanto ansiábamos recuperar encontró el virus el caldo de cultivo perfecto para sobreponerse. Primero fueron brotes controlados, como aquel de A Mariña en vísperas de unas elecciones que llevaron a los gallegos a las urnas en julio. Y finalmente fue la segunda ola. Volvió el estado de alarma, aunque con diferencias, con toque de queda nocturno y poder de decisión para las comunidades.
Para cuando parecíamos recuperarnos de un otoño complicado llegó el puente de diciembre, y después las Navidades y una cuestionada permisividad durante las fiestas que trajo como consecuencia una terrible tercera ola e hizo que la cuesta de enero pareciese aún más cuesta. España superó los 67.000 muertos y Galicia rebasó ampliamente la barrera de los 2.000 (hoy son ya más de 70.000 y de 2.250, respectivamente). Las ucis volvieron a llenarse y la posibilidad de instalar hospitales de campaña volvió a estar encima de la mesa. La respuesta fueron más restricciones.
La fatiga pandémica de la que se hablaba desde hacía ya meses siguió haciendo mella en una población que no conseguía ver el final de la película en la que parecía haberse instalado. Y solo el inicio de la vacunación a finales de año, uno de los hitos que la ciencia había logrado en estos meses, consiguió abrir algo de esperanza. La vacunación avanza, seguramente más lenta de lo que todos desearíamos, e irán apareciendo nuevas vacunas. Los científicos seguirán conociendo cada vez mejor el virus y sirviéndole a la sociedad herramientas cada vez más eficaces para hacerle frente. Pero el desenlace de la historia todavía está abierto. Hasta que llegue todavía hay muchos interrogantes por responder. El primero, si ahora que la tercera ola parece ir remitiendo conseguiremos evitar una cuarta. El último, cuándo podremos volver a la normalidad. Entre ellos, un camino abierto.
Para recorrerlo no se debe perder de vista lo que ha pasado. Por eso, un año después de aquellos difíciles días de marzo, La Voz de Galicia ha querido recuperar en este trabajo especial lo ocurrido durante este año que ha cambiado nuestras vidas. A lo largo de las siguientes páginas relatan su experiencia los sanitarios, los enfermos, los primeros inmunizados, los sectores más afectados por el frenazo económico. Hablan los niños, los docentes, los vecinos de las zonas más afectadas y los que lo han notado menos. Los gallegos en el exterior cuentan cómo se ha vivido en otros países una crisis que ha afectado a todos los rincones del planeta. Los analistas arrojan luz sobre lo que ha pasado y lo que nos puede deparar el futuro. Y junto a ello, un repaso por los principales acontecimientos de un año que comenzó cuando las puertas de nuestras casas se cerraron para hacer frente, en palabras de la canciller alemana, Angela Merkel, al «mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial».
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