La vacuna contra el covid: once meses que rescataron el mundo

Un esfuerzo científico sin precedentes que devuelve la esperanza a la humanidad


redacción / la voz

El 10 de enero del año pasado, los científicos chinos lograron la secuenciación genómica completa del SARS-CoV-2, un virus que dos días antes se había confirmado como la causa de 27 casos de una neumonía desconocida detectada en la zona de Wuhan. Y el 14 de diciembre la enfermera afroamericana Sandra Lindsay recibió en el Centro Médico Judío de Long Island (Nueva York) la primera vacuna contra el covid-19 de BioNTech/Pfizer, desarrollada con la novedosa tecnología de ARN mensajero. Antes, el 11 de agosto, el Gobierno ruso había aprobado la Sputnik V, la fórmula del instituto Gamelaya, que en aquel momento generaba todo tipo de dudas científicas y hoy respalda la revista científica The Lancet.

El camino ha costado once meses, que han revolucionado la historia de las vacunas, por supuesto, pero puede que incluso la de la medicina y la de las relaciones internacionales. Se trata de un hito científico sin precedentes, en el que la ciencia se ha implicado a escala planetaria y que, al contrario que la fisión nuclear o el motor de reacción, está inspirado por el objetivo de salvar vidas y no por el de aniquilar enemigos.

Nadie se lo creía. Las declaraciones del mediático doctor Pedro Cavadas de que era «metafísicamente imposible» suscitaron más aplausos que rechazo en España. Incluso la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), que se ha cansado de difundir inexactitudes y contradicciones durante toda la pandemia, afirmaba el 8 de agosto que las vacunas tardarían «un año como mínimo», cuando tres días después se aprobaba la rusa y en cuatro meses ya se estaban generalizando las autorizaciones en Europa y Estados Unidos. Para entender este logro cabe recordar que la vacuna del sarampión tardó 10 años en desarrollarse, la de la varicela 42 y la de la fiebre tifoidea más de un siglo, mientras que para el VIH, el zika o la malaria aún no hay.

Además, se ha conseguido por un camino que incluso pone en cuestión las posiciones más dogmáticas en cuanto al éxito o el fracaso de los sistemas político-económicos. Si bien es cierto que las grandes multinacionales farmacéuticas privadas llevaron la voz cantante, no lo es menos que tuvieron que ser regadas con cientos de millones de dólares -ahora ya miles, con las compras anticipadas- de dinero público. Además, mientras en Rusia el impulso del Gobierno resultó determinante, en China la más avanzada fue una empresa privada, aunque al final la primera autorización la lograse una estatal. En definitiva, la vacuna ha roto moldes en muchos campos y ahora apunta incluso a que puede mover el péndulo geoestratégico, viendo cómo se utiliza como herramienta política de la diplomacia mundial.

Y todo eso se ha conseguido con el impulso de potentes universidades como la de Oxford, empresas milmillonarias y científicos jubilados o con contratos precarios. En el mes de abril ya había más de 100 candidatos vacunales y a mediados de diciembre los artículos científicos sobre el covid-19 superaban los 85.000.

Por supuesto, no han faltado los problemas, como las críticas a la supuesta avaricia de las farmacéuticas o el hecho de que los países ricos hayan acaparado ya más del 50 % de la producción. Pero, incluso en esas circunstancias, acaba de llegar a Ghana el primer cargamento fruto de un mecanismo de solidaridad internacional. Y en España, desde aquella primara vacuna a Araceli Hidalgo en Guadalajara el 27 de diciembre, el 5 % de la población ha recibido al menos una dosis. Falta un mundo para llegar al 70 % y lograr la ansiada inmunidad de grupo, pero en estos momentos se están administrando vacunas de Pfizer, Moderna y AstraZeneca, la próxima semana se espera la autorización de la de Janssen y el mes que viene la de la de Novavax, que se fabrica en O Porriño para toda Europa.

Drew Weissman y Katalin Karikó, pioneros del RNA mensajero
Drew Weissman y Katalin Karikó, pioneros del RNA mensajero

El matrimonio Sahin-Türeci y la doctora Karikó, los genios del milagro 

Ugur Sahin y sus padres llegaron a Alemania en los sesenta, como cientos de miles de familias turcas. Tenía 4 años. Ahora, con 55 y junto a su esposa, Özlen Türeci, de 53, también de raíces turcas pero nacida ya en Alemania, ocupan el puesto 93.º de los más ricos del país, con una fortuna estimada de 2.400 millones de euros. Juntos dirigen BioNTech, una empresa con apenas 13 años de historia y 1.320 empleados, centrada en las terapias inmunitarias contra el cáncer. Junto al gigante estadounidense Pfizer, ha venido a protagonizar una de las mayores revoluciones de la historia de la medicina. Aunque el escalado industrial por el que aspiran a producir unos 1.300 millones de vacunas este año corresponde en gran parte a la multinacional norteamericana, Sahin y Türeci son los inventores de la tecnología que ha llegado para decantar la balanza en la lucha contra el covid-19 y quién sabe si contra otras muchas enfermedades: las novedosas vacunas de ARN mensajero. Un avance que huele a premio Nobel y que se lo debe todo o en gran parte a la bioquímica húngara Katalin Karikó, que lleva 40 años trabajando en esto. Criada en una casa de adobe sin luz ni agua corriente, recuerda cuando la farmacéutica Merck le negó 10.000 dólares para seguir una línea de investigación en la que ahora empresas y Estados han puesto miles de millones en unos meses.

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